The Unending Gift

martes, enero 15, 2019

LA CONSPIRACIÓN «PROGRE»

Por HERMANN TERTSCH
ABC  Martes, 15.01.19

Las elites violan sus propias reglas cuando la nación no obedece

RESULTA que es cierto. «The deep state», «el estado profundo», ese aparato de poder sumergido y parainstitucional funciona a plena máquina en conspiraciones contra el presidente Donald Trump. Pero además, en su precipitación y su obsesión hostil hacia su objetivo, esa organización clandestina del antitrumpismo amenaza con dejar en ridículo a las principales instituciones federales de seguridad. Y crear una cuña inmensa de desconfianza entre la nación norteamericana y órganos vitales del Estado. Como muchos sospechaban y el afectado había denunciado, fuerzas de ese «estado paralelo» intentan acabar con la presidencia de Trump antes de las nuevas elecciones. Como en dos años de frenética investigación no han logrado nada que pueda seriamente garantizar ese «impeachment» soñado, optaron por la vía de la creatividad. Y han cruzado muchas líneas rojas. Cuando el «NYT», ya ridículo órgano del frente anti Trump, anunció hace días una investigación del FBI contra Trump como espía ruso, pretendía una acusación directa al presidente. El tiro, otra vez por la culata. Los acusados serán quienes en el FBI urdieron sin base esa operación tras el despido de su jefe James Comey, otro muy desleal miembro de esta conspiración.
Al final los conspiradores han actuado con tanta virulencia por su frustración y su odio al enemigo que es Trump, que se han traicionado. Y quedan ahora en dramática evidencia. El submarino que quiere hundir al presidente, con su tropa de funcionarios saboteadores, medios intoxicadores, analistas desleales, personajes con dobles agendas y políticos cómplices, se ha visto obligado a subir rápidamente a la superficie. Y al final, por medio de quienes son a un tiempo aliados y miembros de ese aparato en las sombras, la llamada «prensa progresista» que es «mainstream», es decir mayoritaria a base de ser la más cercana al poder económico y cultural, han querido denunciar al presidente en otra guerra vacua y quedarán denunciados ellos.
Son esas élites, dentro y fuera del aparato de la administración, que se consideran defensores del Estado más allá de las reglas propias del Estado democrático. Y que entienden que representan los intereses del Estado, por cauces no regulares ni públicos, más genuinamente que quienes ejercen poder con mandato popular y cauces legales, democráticos e institucionales. Dirigen una guerra contra Trump como contra nadie en la política norteamericana en siglo y medio. Sin éxito de momento. Desde aquel 9 de noviembre en que comprobaron estupefactas y fuera de sí que su candidata Hillary Clinton –declarada presidenta con la portada de la revista «Time» ya impresa– era derrotada por el incontrolable y tan despreciado rubio de Queens.
Son las elites académicas de EE.UU. que desde hace medio siglo salen de las universidades intoxicadas por la Escuela de Fráncfort para servir en la administración, las finanzas, la política, los medios y las instituciones. Con la idea de utilizar a la población para sus juegos intelectuales. Detestan la brutalidad de Mao, Stalin o Hitler, pero consideran como ellos a la población una masa de seres moldeables e intercambiables entre sí. No soportan la idea de que la nación no les obedezca a ellos, los listos, cultos, sofisticados y finos, pese al coloso rodillo que pasa una y otra vez sobre las cabezas de los votantes. Lo mismo pasa en otros países en los que la nación se niega a obedecer a esas elites progresistas que pretenden que la población se someta a sus programas ideológicos de transformación neomarxista y que pierdan su identidad, su nación, sus referencias, creencias y sus valores para ser más fácilmente manipulables, más sumisos y más baratos para esa aristocracia progresista.

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