The Unending Gift

martes, febrero 05, 2019

LAS CUITAS DEL SEÑOR NORTHAM

Por HERMANN TERTSCH
ABC  Martes, 05.02.19

Matar a ochomesinos ya no es tan grave como una broma facha

LES voy a presentar a un personaje de un remoto escenario político del que probablemente nunca habrán oído hablar ni volverán a hacerlo. Pero merece la pena. Porque las cuitas del gobernador del estado de Virginia, Ralph Northam, del Partido Demócrata, son bastante definitorias de los dilemas que nos aquejan a todos en el mundo occidental. A Northam, médico, militar y político, le están pidiendo que dimita en su partido. Cada vez con más ahínco y vehemencia. Lo curioso, lo gracioso, lo terrible, lo monstruoso, es por qué se lo piden. No le piden que dimita por su intervención televisiva en la que defendió el infanticidio. El gobernador y médico explicó con toda tranquilidad que al niño extraído de embarazos en los últimos tres meses se le dejaría morir.
Ese es el infanticidio que permite la ley que pretendía su partido pasar en Virginia y que de momento ha sido derrotada. Es similar a la aprobada en el Estado de Nueva York y celebrada como gran fiesta por el gobierno de la ciudad. Establece subterfugios para facilitar la interrupción del embarazo hasta el día del parto. En las primeras 24 semanas no hay problema. En los tres meses finales basta algún tipo de alegación sobre la salud del niño o de la madre. Northam, defensor de esta ley, explicó que, una vez el niño fuera del cuerpo de la madre, si sobrevive a la extracción, son la madre y familia los que deben decidir si se asiste al ya nacido o se le deja morir. Incluso entre la mayoría de defensores de un aborto despenalizado, la lógica del supuesto derecho de la mujer a matar o dejar morir a niños plenamente desarrollados y nacidos causó consternación.
Pues nadie crea que el cargo de Northam peligra por su disposición a dejar morir a niños recién nacidos. Por lo que se tambalea su carrera política y lleva una semana pidiendo perdón, es por una fotografía en el almanaque de su facultad de medicina en la que posa disfrazado de negro con un compañero con ropaje del Ku Klux Klan. La fotografía es de hace 35 años, de una juerga de estudiantes. Las acusaciones de racismo se han disparado. Todos consideran insufrible esta afrenta del disfraz. Northam es un político ortodoxo dentro de un partido bajo la presión de las leyes ideológicas, el delirio de los colectivos del multiculturalismo y la corrección política, las mordazas del izquierdismo en todo occidente pero allí ya delirante. El partido se llenó de activistas surgidos en grupos y colectivos marginales que, por el mero hecho de serlo, tienen una inmunidad oficiosa ya asumida y acatada por todos en su seno. Así, el venerable Partido Demócrata se ha convertido en una asociación de bandas radicales y terreno muy peligroso para políticos de viejo cuño.
Bajo el poder implacable del zeitgeist, todos definen su personalidad y motivación por ofensas reales o supuestas sufridas en el campo de batalla de la vida. Todos viven ofendidos y de la ofensa en un partido que es una gran agrupación de víctimas imaginarias que juntas quieren vengarse. Hay categorías en este ejército de damnificados que es la izquierda norteamericana actual. Una mujer negra, lesbiana, con obesidad y coja, con esclavos entre ancestros recientes, es intocable como autoridad. Un transexual con sangre india y largo historial de desahuciado es imbatible. En el otro extremo está el gobernador. Que es hombre blanco, heterosexual, médico, de familia estable y ortodoxa. Mal asunto. Tenía que compensar esas taras con progresismo en vena. Ni siquiera así se salvará. Y van a acabar con él por racista a causa de una broma juvenil, no por su interpretación monstruosa del juramento hipocrático.

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