LA VERDAD DESLEAL
Por HERMANN TERTSCH
ABC, Martes 28.05.13
Aquí las verdades siempre llegan degradadas en el
envoltorio de la delación. O del arma. Pero sólo cuando se pierden los nervios
ES difícil encontrar
a un empresario catalán que se atreva a hacer campaña en contra de la política
secesionista de Artur Mas. Pero es casi más difícil encontrar a un empresario
catalán que en privado no se declare aterrado por esa misma política. Raro, muy
raro es también el diputado del Partido Popular que se adhiere públicamente en
estos días a las críticas y urgencias proclamadas por José María Aznar en
dirección al presidente Mariano Rajoy. Pero no menos raros son los diputados
del Partido Popular que no aprovechan toda conversación privada para exponer
las mismas angustias y críticas al actual inquilino de La Moncloa que profirió
el enfadado ex inquilino bajito. Como ese empresariado, en su mayoría poco más
que un amancebado del Gobierno. ¡Cuánto se envidian esas sólidas y contundentes
críticas del empresariado a la clase política y al Gobierno que vemos en otros
países! Países en los que empresarios grandes y pequeños dan el puñetazo en la
mesa y recuerdan a los miembros del Gobierno, con todo respeto, que son
empleados. Empleados de todos, empleados electos, pero empleados. Y empleados
para solucionar problemas y no para crearlos. Aquí por el contrario, las
relaciones del empresariado con quien maneja el BOE y el presupuesto se
antojan, salvadas las formas, las mismas de aquellos monopolistas que tenían
que ir al campo con su Excelencia para, en frenética escolta del caudillo
cazador, entre perdiz y perdiz, lograr les cayera el encargo, la concesión,
adjudicación o la orden trufada de recomendación. A cambio pretenden llevarse
bien con la mafia sindical que cuelga cual garrapata insaciable de la ubre de
economía y el erario. En realidad es toda una actitud nacional esa de la
prudencia extrema permanente, no vaya a escapársele a alguien una verdad
inconveniente, una opinión impertinente. La verdad aquí es desleal. Porque la
lealtad está en la mentira compartida. Al final, las verdades, siempre ocultas,
sobreentendidas u olvidadas, surgen obligadas. Nunca por amor a la verdad
misma. Nunca por la necesidad de proclamarla, por higiene y probidad. Siempre
por intereses concretos, habitualmente torticeros. Por traición. Tiene aquí
siempre la verdad un añadido de mala fe, de impertinencia, de voluntad de
ofender o amenazar. Hace pocos días decía un periodista legendario de este
país, conocido por su izquierdismo bonvivant y cinismo sableador y coqueto, que
él jamás se habría atrevido a decir una verdad crítica a su patrón. Como
«patrón» muchos periodistas entienden todo aquello que sea fuente potencial de
beneficios, desde los partidos, el «millón de amigos» y los bancos y las
empresas, ese mundo corporativo. Muchos de cuyos miembros en España están
acostumbrados a pagar a periodistas para que hablen bien de ellos. Y a pagar
mucho más para que no hablen mal de ellos. Es decir para que no se diga la
verdad o no se inventen una mentira. A veces entre comentario benévolo y daño
maledicente solo hay un emolumento publicitario con o sin contrato. Porque la
industria de la extorsión siempre ha tenido una rama periodística especialmente
activa. Los hay auténticos campeones en este gremio. ¡Qué gran tranquilidad
tuve con un polemista habitualmente hostil, después de expresarle mi sorpresa,
al entrar en una tertulia, por el suculento contrato «secreto» que, me había
enterado, tenía él con una gran multinacional! Contra cuya dirección y sus
decisiones no encontrarán en las hemerotecas nada de esa pluma mordaz y verbo
afilado y fustigador implacable de corrupción y «sobresueldos» de políticos.
Aquí las verdades siempre llegan degradadas en el envoltorio de la delación. O
del arma. Pero sólo cuando se pierden los nervios. Si no, prevalecen las
lealtades mutuas. Y estas tristes lealtades entierran las verdades.
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