EL ANSCHLUSS DE LA CORRECCIÓN
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 20.05.16
La prepotencia que se permiten los medios alemanes en
ocasiones con Austria es motivo de escándalo
CON seguridad es un dicho alemán. Ese que cuenta que los
austriacos son una categoría muy especial de tramposos. Que solo ellos podían
ser capaces de convencer al mundo de que Beethoven era austriaco, y Hitler,
alemán. Cuando lo cierto es todo lo contrario. El compositor era un genio
alemán de Fráncfort que se pasó la vida como buen moroso cambiando de casa por
toda la geografía urbana de Viena. Por eso pueden ver un par de casas de
Beethoven en cada barrio. El otro era un pintor bohemio austriaco fracasado de
Braunau am Inn, no lejos de Linz, que después de la Primera Guerra Mundial,
despechado porque la Academia de Artes de Viena no le admitió por mal
dibujante, se fue a Alemania a buscarse la vida. Pero lo que no dice la gracia
esa es que Beethoven compuso, triunfó y conquistó la gloria en Austria.
Mientras que Hitler fue quien fue gracias a los alemanes. Mientras vivió en
Austria fue un desgarramantas, un miserable fracasado que vivía de pensión
cerca de la calle Mariahilfer, un paupérrimo don nadie que jamás habría llegado
a nada. Con ciertas actitudes, además, que a algunos chocarían mucho. Como su
apasionada defensa de Gustav Mahler como director de la Ópera de Viena frente a
sus detractores que no lo querían en el cargo. Por judío. Que en 1938 Hitler
fuera recibido con un colosal y terrorífico entusiasmo por sus paisanos es tan
cierto como que ya llegaba como el gran dictador del país grande de al lado.
Las relaciones entre los dos grandes países surgidos del
Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana siempre han sido muy complicadas
desde que Francisco II renunciara en 1806 a esa corona y fundara la austriaca.
El pulso entre la creciente Prusia y Austria estaba servido y en 1866 se
decidió, en la batalla de Sadova o Königgrätz, quién era el más fuerte:
Guillermo I con su canciller Bismarck. Al año siguiente el joven Francisco José
tuvo que aceptar el malhadado acuerdo con la aristocracia nacionalista húngara
para el «Ausgleich» de 1867, que daba un poder propio en el imperio a Hungría.
Sería la sentencia de muerte para el imperio medio siglo después. Al estallar
en pedazos el Imperio Austro-Húngaro en 1918, la parte alemana del mismo se
quedó en un rincón como un país diminuto con una capital propia de un imperio
ocho veces mayor. Con toda la industria perdida en lo que ya era Checoslovaquia
y toda la agricultura en Hungría y la renacida Polonia y los puertos de mar en
Italia y en el nuevo Reino de Serbios, Croatas y Eslovenios. Entonces muchos
austriacos pensaron que ese país era un absurdo inviable. Y cuando un austriaco
hizo carrera en el país grande del norte, la masa se entusiasmó con la anexión,
el Anschluss. Cuando llegó, los únicos patriotas austriacos eran monárquicos y
del movimiento católico. Hitler siempre significó como su peor enemigo a Otto
de Habsburgo. Viene todo ello al caso porque la prepotencia que se permiten los
medios alemanes en ocasiones con Austria es motivo de escándalo. Y cualquiera
que lea esos medios unificados en sus opiniones sometidas a la corrección
política como pocos en estados democráticos pensará que fue Austria la que
anexionó a la pobre Alemania que era un ente tolerante y liberal. En cuanto
alguien vota en Austria algo que no conviene a la izquierda austriaca, surge el
mandoble alemán llamando nazis a todos los austriacos que tienen opinión
propia. Y en esto la derecha y la izquierda en Alemania compiten. Ahora vuelven
todos los improperios contra una de las opciones presidenciales. Pues es
posible que esta vez los austriacos se rebelen contra el Anschluss de la
corrección política.
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