The Unending Gift

martes, junio 02, 2015

DEL LUTO BUENO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  Martes, 02.06.15


Santiago Castelo, siempre elegante, siempre avisado, ha hecho mutis. No tenía condición para tener que soportar nuevos tiempos de mezquindad, mentira e inquina

NO puedo evitar la sensación de que José Miguel Santiago Castelo se ha ido de este mundo con alivio por no tener que vivir los próximos años de esta España. De que este querido viejo señor español, bueno, culto, leal, tradicional en todos los mejores sentidos y profundamente creyente, no solo en el Más Allá, también en todo lo verdadero y bello del Más Acá, se ha ido antes de tiempo porque le entró la prisa por evitarse un espectáculo que él sabía bien no le iba a gustar. Aquí nos quedamos nosotros. Habría sido como siempre un fiel aliado para asumir con fuerza y buen humor todos los reveses. Pero se ha ahorrado fuertes sinsabores que tendremos que sobrepasar sin él. El último servicio que nos presta Santiago Castelo es el luto que guardamos por él. El luto es un proceso de crecimiento en la separación, en el dolor y la racionalización de la vida propia del que lo guarda. Por eso es tan necesario. Porque del buen luto depende el retorno a la reconciliación con la vida y la verdad, a la memoria como regalo y no como condena. Tanto en los individuos como en las sociedades. Alexander y Margarete Mitscherlich lo describieron bien en «La incapacidad del luto», un ensayo que transformó la sociedad alemana de posguerra. Si los españoles hubieran asumido pronto en la transición la responsabilidad de un luto común, elaborado y ritualizado en la educación y la vida civil, como cultura del luto por todos los caídos en la Guerra Civil, ningún canalla había sido capaz de venir treinta años después a abrir trincheras, seleccionar entre huesos buenos y huesos malos y vomitar odio revanchista en doctrina, consignas y pantallas de todo tipo. Si hubiéramos sabido hacer el homenaje común a todos los muertos, a los de Paracuellos y Badajoz, no tendríamos a jóvenes que sueñan con vengar a unos matando a los otros otra vez.
Algunos españoles aún no se dan cuenta de que tenemos a unas izquierdas ya insensatamente convencidas de que en las elecciones próximas ganan la guerra de Zapatero. Y que tal fin merece cualquier medio. Como enemigos vencidos serán tratados los españoles que no militen con los que se ven ya vencedores. Llueven las amenazas y no me referiré a las que me advierten a mí que debo hacer la maletas y que tendré que huir a la carrera. Hablo del odio que se palpa en el ambiente y las ganas de revancha que rezuman las palabras. Hablo de un Juan Carlos Monedero que, después del paripé de su retirada, está en toda televisión con órdenes y consignas. Y advierte ya sin tapujos que irán muchos a la cárcel por sus «responsabilidades políticas» –al margen de las penales– en casos de corrupción, por supuesto del PP. Con ese planteamiento Monedero y sus amigos en el poder pueden realizar tales montajes que pronto tengamos en la cárcel española a muchos Leopoldos López, eso sí, acusados de corrupción, no en un golpe de estado como las víctimas del régimen amigo de Iglesias y Monedero. Claro que la culpa la tienen también mis gobernantes del PP, no solo por su indolencia ante la corrupción y la agresión. Ellos elogiaron aquella transferencia de poderes ejemplar del gobierno Zapatero/Rubalcaba. No hicieron auditorías y ahora se las harán, pero además con carga ideológica y jueces bajo presión para que estén «a la altura» del cambio histórico que implica castigar a la derecha de hoy por sus «pecados» de siempre. Nos faltó luto para conjurar el odio. Santiago Castelo, siempre elegante, siempre avisado, ha hecho mutis. No tenía condición para tener que soportar nuevos tiempos de mezquindad, mentira e inquina.

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