The Unending Gift

viernes, septiembre 25, 2015

DOS HOMBRES DE MODA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  Viernes, 25.09.15

Dos asesinos que han mantenido bajo una férrea dictadura a su pueblo son hoy los personajes más cotizados de la agenda internacional

ESTÁ feliz la Casa Blanca de Barack Obama, ese Premio Nobel de la Paz que, a cambio de una buena fotografía, ha sido capaz de equiparar moralmente a la democracia americana con la dictadura cubana. Muy contento está el Papa Francisco, que no se acordó de los presos políticos y los disidentes durante su visita a la isla. Pero que asegura haber rezado mucho por la negociación de La Habana con la que la banda terrorista y narcotraficante colombiana conocida como las FARC pasa a cogobernar la democracia colombiana y sus asesinatos quedan prácticamente impunes. Está satisfecho, José Manuel Santos, porque cree que le ha salido bien la apuesta política. Aunque en las imágenes ante la prensa parecía anteayer un poco azorado, como si no pudiera evitar algo de vergüenza ante ese espectáculo de jocosa confraternización con unos carniceros que tienen tantísimas vidas de inocentes compatriotas sobre la conciencia. Le consolará quizás el Nobel. Aunque eso sí, no lo compartirá en la fotografía con el «progresista» Obama, sino con los «progresistas» Timochenko y su banda de narcoasesinos.
Los que merecen un capítulo aparte y no caben en sí de gozo son los grandes triunfadores de una operación magistral de supervivencia y autopromoción. Son los hermanos Fidel y Raúl Castro, dos dictadores en su ancianidad que son hoy los personajes más cotizados de la agenda internacional. Dos asesinos que han mantenido durante 57 años bajo una férrea dictadura a su pueblo, que han fusilado, encarcelado y torturado a capricho, que han sembrado el terror en su patria y fuera de ella y siguen moviendo los hilos de mil horrores en Venezuela y toda la inmensa red latinoamericana e internacional de corrupción, negocio legal y paralegal, narcotráfico, crimen político, intriga y subversión antidemocrática. No dice mucho de nosotros que, bien entrado el siglo XXI, gobernantes democráticos y supuestos referentes morales conviertan en capital del mundo a La Habana, la sórdida cocina del crimen organizado como proyecto político totalitario internacional.
Dos miserables ancianos son los hombres de moda. Han maniobrado con virtuosismo hasta hacer de la Cuba comunista el gran muñidor de la política internacional que es premiado por solventar problemas que provoca. Recompensada por mover hilos para hacer política con el terror y el crimen por todo el mundo. Cuando cayó la URSS, muchos creyeron llegado el momento de la libertad para la isla. Los enemigos de la libertad tenían otros planes. Ahí nació la red, el Foro de Sao Paulo. Lula llegó al poder y después Chávez en Caracas. Con los petrodólares para financiar la expansión. Y pronto el control gubernamental del narco. Todo dirigido desde La Habana. Pronto eran una docena los países obedientes. Hoy son más. Y cuentan con la fortuna de tener enfrente a unas democracias en crisis de identidad permanente.
Dice José Manuel Santos que el acuerdo de La Habana debe poner fin al uso de las armas con fines políticos. En realidad es la apoteosis del triunfo del crimen contra civiles como mecanismo de imposición de tesis políticas al tiempo que impunidad para los asesinos. Muy simbólico resulta que en la fiesta de La Habana el miércoles nadie se acordó de los centenares de secuestrados que siguen en manos de las bandas narcoterroristas. Nadie quiere acordarse de la víctima que pueda aguar la fiesta. Ni de estas ni del disidente ni de los pueblos enteros aplastados. Ninguna. De ahí el reparto de papeles. Comunistas, mafiosos, izquierdistas y narcotraficantes y sus socios matan, aterrorizan e intimidan. Los aplausos corren a cuenta de la Casa Blanca, el coro europeo bienpensante y el Vaticano. Y los Castro reciben en La Habana, se dejan besar la mano y saludan.

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