IDEALISMO DESPÓTICO
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 24.06.16
La libertad es lo que está en peligro con ese poder lejano,
no elegido, arbitrario que los europeos no pueden fiscalizar
EL grandísimo Rüdiger
Safranski, un hombre de cultura total en esta Europa cada vez más chata, llena
de comunicadores, escribió hace unos años un libro apasionante sobre el
Romanticismo, que definió como «una cuestión alemana». Es un bellísimo tratado
sobre el idealismo alemán, su plasmación romántica y sus numerosas, inmensas y
muchas veces terribles, monstruosas derivadas. El principal peligro del
idealismo es su evidente necesidad de desactivar o ignorar parcial o totalmente
la razón. Con el idealismo alemán sabemos cuáles fueron los monstruos del sueño
de la razón y adónde nos llevaron. Sin que haya que evocar continuamente el
peor infierno, sí hay que advertir de que lo mejor es el peor enemigo de lo
bueno. Incluso cuando esa supuesta utopía la promueven los descreídos
plutócratas y partitócratas del mundo unidos. Puede que a algunos les haya
parecido oportuno y razonable que Bill Gates, George Soros o el presidente
Barack Obama se asomaran por Londres para amenazar a los británicos con todo
tipo de represalias si el voto soberano no era el que ellos creían conveniente.
Lo que está claro es que la opinión de los pueblos soberanos solo resulta digna
de respeto cuando cumplen a pies juntillas los designios que ha dispuesto para
ellos ese consenso aterciopelado. No dejamos de ver en Europa cómo opiniones
populares de pleno derecho y basadas en realidades comprobables y verdades
irrefutables son desacreditadas, ignoradas y censuradas sin otros argumentos
que la inconveniencia para ese credo de la corrección política impuesto por un
poder establecido tan lejano y poco controlable como Juncker o los propios
Gates o Soros.
Escribo estas líneas
poco antes de que cierren los colegios electorales en el Reino Unido. Lo hago
en Edimburgo, donde la población mayoritariamente favorable a permanecer en la
UE ahora recibe el aplauso del tabernáculo biempensante, cuando hace dos años
era condenada por un separatismo que a todos irritaba. Que los argumentos
favorables a la UE hoy en Escocia emanen en parte de ese nacionalismo condenado
en 2014 no es óbice para que ahora sean elogiados. Mientras el nacionalismo
inglés contrario a la permanencia en la UE está en la más cruel de las picotas.
Cierto es que muchos argumentos blandidos por los partidarios del Brexit han
sido groseros, demagógicos, populistas y hasta falsos. Como también lo han sido
las descalificaciones, las acusaciones y las amenazas de los partidarios de la
permanencia. No es difícil presentar el Brexit como un desastre irreversible. Y
es difícil convencer a una población de dar un salto al vacío de la soledad al
desgajarse de una comunidad de 500 millones. Por eso convendría afrontar bien
las causas del clamor por el Brexit y de todos los emuladores surgidos en
Europa. Si la reacción a este referéndum pretende ser reforzar la infinita
arrogancia y enajenación de las elites europeas, es fácil augurar una situación
explosiva y pronto irreversible para la UE. A eso nos llevaría ese idealismo
sin escrúpulos que tan bien simboliza el ministro José Manuel García-Margallo
cuando pide «aprovechar el momento» para una mayor centralización y unificación
política bajo Bruselas. La Unión Europea se hizo para evitar guerras, cierto.
Pero también para defender la libertad. Y la libertad es lo que está en peligro
con ese poder lejano, no elegido, despótico y arbitrario que los europeos no pueden
fiscalizar. Las sociedades europeas necesitan a sus estados-nación que son
garante de identidad, soberanía y libertad a un tiempo. Porque los europeos no
quieren déspotas en un supuesto megaestado ideal en la cima del mundo, sino
sociedades democráticas e individuos libres. Si la Unión Europea se enmienda
profundamente y puede garantizar que así sea, suyo será el futuro. Si no, su
tiempo se agotará pronto.
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