SUERTE Y SANGRE FRÍA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 17.06.16
Este atentado refleja los peores efectos posibles de la
polarización que esta desgraciada convocatoria ha generado
UNA diputada
británica, Jo Cox, fue abatida ayer de tres tiros y después acuchillada varias
veces en plena calle de la ciudad de Leeds, por un individuo que, según
testigos, gritó «Britain first!» (Britania primero) mientras disparaba. Murió
poco después en el hospital. Todo indica que Jo Cox murió por su especial
militancia en la campaña en favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión
Europea. Su agresor, que fue detenido poco después, podría tener un perfil de
extrema derecha. Con este detenido, si se proclama de extrema derecha, no habrá
dudas sobre la motivación, como en el caso del asesino islamista de Orlando. Ya
comenzaron ayer, precisamente esos que niegan influencia del islamismo en
asesinos que se declaran islamistas, a denunciar este crimen como la «lógica
consecuencia de la agitación ultraderechista» y la supuesta «radicalidad de
lenguaje» de los partidarios del Brexit. A una semana del referéndum en el que
se decidirá si el Reino Unido permanece en la UE, nadie sabe qué efecto tendrá
este crimen. Claro está que este atentado refleja los peores efectos posibles
de la polarización que esta desgraciada convocatoria ha generado. Más aún,
simboliza la polarización general en curso, en vertiginoso deterioro de la
centralidad en todas las democracias occidentales, desde Austria a Estados
Unidos, desde Francia a Polonia, desde Suecia a España.
Casi da miedo evocar
en su obviedad los paralelismos con el colapso de la convivencia en los Años
Treinta. El consenso político europeo desde 1945, basado en la hegemonía de una
socialdemocracia que impregnaba el carácter de todos los partidos, salta hecho añicos. La corrección política se defiende con no menor brutalidad que los
populismos. Una portada de prensa ilustraba el partido entre Austria y Hungría
como el enfrentamiento entre «El Bien» (socialdemócrata) del canciller
Christian Kern y «El Mal» (derechista) de Viktor Orban. Las campañas de la
prensa alemana o sueca adoptan reflejos inquisitoriales contra quienes exponen
verdades incuestionables. La inmigración es la principal causa de una
radicalidad en el enfrentamiento, también en el Reino Unido, que nunca podrían
haber causado el razonable desprecio a la Comisión Europea y sus gastos
burocráticos o la irritación por la falta de subsidiaridad. En el fondo, es la
quiebra de un sistema que pretende que quienes trabajan paguen todo lo
necesario para que vivan igual o mejor que ellos quienes no trabajan. Al tiempo
que por cuestiones ideológicas practican una política que hace que los que no
trabajan sean cada vez más. No solo porque no hay incentivos para trabajar.
Sino porque su política de inmigración incrementa permanentemente la bolsa de
los alimentados que han de sostener cada vez menos trabajadores con mayor
presión fiscal. Esa política incentiva la llegada permanente y masiva de
«invitados» del resto del mundo que además, en muchos casos, pretenden imponer
sus reglas culturales. Esa ecuación es la fórmula para la catástrofe. El
conflicto tiene un potencial de violencia muy serio. Que en España es
especialmente grande. El populismo aquí no plantea una demanda nacionalista de
ley, propiedad y orden como en el norte de Europa, sino que es un populismo de
país pobre movido por envidia y resentimiento, igualitarismo y venganza. Y se
nutre del imaginario guerracivilista que la izquierda despertó a principios del
milenio. La alcaldía de Madrid justifica los asaltos a templos. El alcalde de
Zaragoza se divierte con carteles que muestran decapitados al Rey emérito y
otras personalidades que le disgustan. No hay día sin aviso de la disposición a
la violencia de la izquierda radical que es mayoritaria y pretende gobernar
después del 26 de junio. Toda Europa va a necesitar mucha sangre fría en los
próximos tiempos. Y suerte. Y España más que nadie.
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