EL FIN DE LA FE EN EL ESTADO
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 24.07.16
Ataque en Múnich Luces y sombras de la actuación policial
La rapidez con que las autoridades alemanas han resuelto la
investigación del ataque en Múnich contrasta con recientes experiencias que
demostraron errores iniciales; ahí está el vídeo del afgano del hacha que atacó
en el tren en Würzburg
No hay motivación
política ni religiosa en la matanza del centro Olimpia en Múnich. El autor,
David S, un joven de origen iraní nacido en Alemania, tenía problemas
psiquiátricos. Las autoridades lo repetían y resaltaban ayer una y otra vez en
sus intervenciones desde primera hora de la mañana. Los medios alemanes
convirtieron muy pronto ya esta información en la certeza de máxima relevancia
de la cobertura de la tragedia de Múnich. El mensaje es claro: no ha sido un
militante de Daesh, no es un atentado islamista, no han participado refugiados.
Conclusión: nos hallamos ante un trágico y doloroso accidente.
La investigación ha
sido veloz y contundente. Diez horas después del tiroteo no permitía ya ningún
margen a la duda. Lo cual contrasta con las muy recientes experiencias que
demostraron graves errores iniciales de valoración en actos similares. En el
atentado de Niza, 24 horas después aún se hablaba de un «lobo solitario». Hoy
se sabe que contaba con toda una célula de apoyo. Y su vínculo con Daesh es
manifiesto. Sucedió algo parecido con el atentado de Würzburg, también en
Baviera, hace solo una semana. Los medios se apresuraron a hablar de la
depresión e inestabilidad psicológica del autor, el joven afgano de 17 años que
atacó con un hacha y un cuchillo e hirió a muchos pasajeros del tren en
Würzburg antes de ser abatido por la policía. Después se encontró el vídeo en
el que explicaba su acción y martirio religioso con aquellas frases de amenazas
a quienes le habían acogido.
Seguridad perdida
Ayer, en el caso de
Múnich se descartó la conexión islámica, se aludió al tratamiento psiquiátrico
y se negó todo móvil político. Se añadió que Sonboly había estudiado matanzas
pero, cuidado, no las islamistas, sino la de un colegial alemán en Winnenden en
2009 y la del ultraderechista noruego Breivik hace un lustro. Con esa
información, desde los portavoces de la policía a los fiscales, los
ministros del Interior bávaro y federal y la propia canciller Angela Merkel,
todos estaban ayer tan aliviados que no podían evitar que se les notara.
De haber sabido de un
esclarecimiento tan veloz que excluye el escenario de pesadilla –el atentado
del refugiado islamista– quizás Angela Merkel y su ministro del Interior,
Thomas De Maiziere, no habrían regresado de EE.UU. donde acababan
de aterrizar cuando se produjo la matanza. Merkel compareció ante los medios
para intentar transmitir calma a una sociedad que, sea como fuere este caso, ha
sido despojada del inmenso privilegio de la seguridad del que han gozado desde
la posguerra.
Pérdida del paraíso
Merkel tiene razones
para temer que muchos alemanes la relacionen para siempre directamente con esa
pérdida del paraíso. Casi dos millones de nuevos inmigrantes casi todos
musulmanes han cambiado ya profundamente Alemania. Han dividido a los alemanes
como nunca desde la guerra. Y han hundido la credibilidad del gobierno y las
instituciones. Cuando minimizan los riesgos y, aunque tengan razón, a Merkel y
a su gobierno ya no los creen ni los suyos. Es el fin de la fe en el Estado.
Esta es la parte del legado de Merkel que muchos alemanes nunca perdonarán por
buenas que fueran sus intenciones.
Y eso que la
canciller cuenta con la entregada cooperación de los medios y la clase
política. Es absoluto el conformismo con las versiones oficiales en todo lo que
tenga que ver la violencia y el delito relacionados con extranjeros y
refugiados. Ahí está la Nochevieja de Colonia en la que los medios alemanes
compitieron con las autoridades en sus esfuerzos por ocultar los hechos reales
de aquella agresión sexual multitudinaria por bandas de refugiados e
inmigrantes ilegales.
Verdades ocultas
Colonia en enero fue
la quiebra del periodismo alemán, prisionero de una corrección política que cada
vez es más censura inquisitorial. En aquel inmenso escándalo y al saberse que
la agresión sexual masiva tuvo réplicas en decenas de ciudades, surgieron –de
forma efímera– verdades mucho tiempo ocultas. Policías afectados revelaron la
sistemática ocultación de delitos y agresiones de refugiados e inmigrantes
ilegales. Todo ello en aras de impedir que la extrema derecha utilice la
realidad para fomentar el racismo. La verdad es políticamente incorrecta y por
eso hay orden de ocultarla por el bien de la armonía civil y multicultural de
la sociedad alemana.
Muchas verdades se
ocultan con tan bondadosas intenciones. Casos que quedan en ese limbo que
convierte todo suceso en accidente. Sin culpables más allá de algún enajenado.
Y sin responsables políticos, por supuesto. Pocos recuerdan ya al joven de 27
años que mató a cuchilladas a un pasajero de 57 años e hirió gravemente a tres
más en la estación de Grafing cerca de Múnich el 10 de mayo. Se insistió mucho
en que el asesino era «de nacionalidad alemana» pero la prensa nunca reveló su
origen. Lo cierto es que acuchilló a los pasajeros como el afgano en Würzburg,
al grito de Alahu Akbar (Alá es grande). Grito que por cierto también lanzó el
viernes en Múnich Ali David Sonboly cuando salió del aseo del McDonalds y comenzó a
disparar contra un grupo de chicos. Lo escuchó nítidamente una albanesa
musulmana que estaba allí mismo. Y que sabía lo que oía. Pues ayer ese
testimonio, una vez todo tan claro, ya había caído en el olvido.
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