JUNCKER, UN LÍDER CUESTIONADO
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 03.07.16
Crecen las voces de los que creen que no es el político
adecuado para reformar la Unión
Bajo la tormenta
El Brexit ha puesto al presidente de la Comisión Europea en el centro de todas
las críticas
Tiene razón
Jean-Claude Juncker cuando dice que él no tiene toda la culpa de la actual
crisis de la Unión Europea, la peor de su historia. Pero como casi todas las
suyas, tiene trampa esa afirmación de este viejo zorro luxemburgués de la
política, que lo ha sido todo menos Gran Duque en su país y a veces parece
querer suplirlo portándose como un monarca del «ancien régime» en la
presidencia de la Comisión Europea. Nadie le acusa de ser el culpable de todo.
Pero sí de ser uno de los responsables de que todo vaya peor. Cada vez son más
los que ven en Juncker una lacra para la reforma ineludible de la Unión
Europea. La que pueda evitar que la salida del Reino Unido sea solo la primera
de muchas y el principio del fin de la unión.
El momento es de
gravedad extrema. Crece el frente que cree que fue un error nombrar a Juncker.
Y que convendría que se fuera cuanto antes. Él no se lo va a poner fácil a
quienes quieren jubilarlo. Nadie va a escatimar virtudes y capacidad a este
luxemburgués de 62 años que se montó en el coche oficial a los 24, apenas
terminó la carrera de Derecho y tiene firme intención, según sus palabras esta
semana, de no bajarse de él hasta el final. En el año 1985, a los 31, ya
dirigió reuniones del Consejo Europeo como ministro de Trabajo de Luxemburgo.
Ha sido primer ministro de su país durante la friolera de dieciocho años. Y en
las instituciones europeas, desde dentro y fuera, es el campeón imbatible del
limar diferencias, del apaño bajo mesa, del acuerdo eficaz y no siempre
confesable. Sus apaños financieros internacionales desde Luxemburgo siempre
fueron piruetas poco moralizantes, muchas veces con una pata fuera de la
legalidad. Eso sí, le debe favores medio mundo y él sabe recordarlo, prueba de
ello es que probablemente tenga más condecoraciones y distinciones que todos
sus colegas europeos.
Juncker es un europeo
conservador de vieja escuela, un afable político representante de la
tradicional casta real de políticos y funcionarios del entramado surgido con el
proceso de formación de las instituciones europeas. Sabe todo lo que hay que
saber y lo que hay que ocultar. Y llevarse bien. Muchos recuerdan como cima de
su capacidad de adulación sin pudor sus elogios a Angela Merkel en plena
campaña para su nombramiento en la presidencia de la Comisión tras perder las
elecciones en Luxemburgo en 2013.
El semanario «Die
Zeit» lo calificó como «adulación propia de la televisión norcoreana al líder».
Decía Juncker que Merkel era una virtuosa narradora del europeísmo, de profunda
convicción y respeto por los países pequeños. «Es justo y bueno que Angela
Merkel dirija Alemania y Europa».
Despotismo ilustrado
Según sus amigos, es
Juncker un amante de la buena mesa, de la buena bodega y mejor conversación,
según sus enemigos un fumador compulsivo y bebedor desmedido. A todos ha
sorprendido alguna vez con gestos excesivos o excéntricos de afecto a sus
interlocutores. Y con actitudes tan disipadas que hacían imposible toda
conversación específica. Pero todos saben también de su magistral control de
las corrientes de opinión, estados de ánimo y juegos de intereses que lo
hicieron jugador imbatible en el tablero europeo. Hay mil citas que le revelan
como un gobernante muy dado al despotismo ilustrado. Una reveladora: «Nosotros
decidimos algo y lo ponemos ahí en el espacio a ver qué es lo que pasa. Si no
hay mucho griterío ni ninguna revuelta porque la mayoría ni siquiera entiende
qué es lo que hemos decidido, seguimos hacia adelante, paso a paso, hasta que
no haya vuelta atrás». Con el Brexit ha quedado claro que los hábitos y
actitudes de Juncker han dejado de tener eficacia. Su desprecio hacia quienes
cuestionan la trayectoria de la UE lo comparten muchos en la burocracia europea
y en los partidos tradicionales. También esa facilidad para descalificar a todo
el que tenga quejas de Bruselas. Pero él está ahora en el centro de la
exposición por el fracaso más grave de la historia de la UE. Y su primer gran
paso atrás. Y Juncker ya siempre está en actitud defensiva, incapaz de entender
que la actual Europa no es la de Helmut Kohl o su antecesor Jacques Santer. No
ha sabido tener empatía con las inquietudes que han llevado a tantos británicos
a votar el Brexit como a cada vez más millones de europeos a votar partidos muy
críticos o radicalmente hostiles a la UE. Coquetea con frecuencia Juncker con
que es un hombre de modas antiguas de los que ven los cambios con más
preocupación que esperanza. Es probablemente el mejor argumento para su adiós.
UN POLÍTICO MUY
EXPRESIVO
Mejor no escuchar Juncker se
tapa los oídos a su llegada a la cumbre de junio de 2016, en plena crisis de
los refugiados y cuando había que negociar con Turquía
Ahogar a De Guindos Juncker simula que ahoga a De Guindos en
2012, cuando Bruselas exigía más ajustes a España
Saludo militar a Margallo
En mayo de 2015 saluda “a lo militar” a su buen amigo José Manuel
García-Margallo
Un abrazo a Ségolène En junio de 2016, abraza a Ségolène
Royal, ministra de Medio Ambiente de Francia y exmujer del presidente Hollande
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