DE VÍCTIMAS, HÉROES Y EL HONOR
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 16.01.18
El Rey y las víctimas son el referente ideal para el rearme
moral de la nación
EL Rey de España fue premiado ayer por las víctimas del
terrorismo en una ceremonia en el Museo Reina Sofía de Madrid. Lo fue con razón
porque siempre, antes y después de asumir el trono, ha mostrado una inmensa
empatía y permanente cercanía con todos los compatriotas que han visto sus
vidas quebradas por atentados. Siempre fue así. Como ejemplo de ese compromiso
solo hay que recordar su presencia este verano en las calles de Barcelona para
honrar a las víctimas del atentado de las Ramblas pese al hostigamiento de la
canalla separatista organizada. Los muertos demandan recuerdo, respeto y
presencia y los vivos merecen apoyo, afecto y reconocimiento. Porque son, como
dijo ayer Felipe VI, «el ejemplo y la memoria viva del mayor sacrificio que
nuestra sociedad ha hecho por defender la libertad, la democracia, la
convivencia y nuestro Estado de Derecho». Los Reyes demostraron ayer que saben
muy bien lo que significan para España nuestros caídos ante el enemigo y sus
familias. Mucho mejor que tantos políticos que los tratan como víctimas de
accidentes a los que ignoran o utilizan según momento y conveniencia.
Como «ejemplo y memoria viva del sacrificio», las víctimas
del terrorismo son el exponente capital de la dignidad nacional. El culto a los
héroes caídos da la medida de la dignidad de las grandes naciones. La presencia
en la conciencia de la sociedad de estas vidas y muertes de nuestros héroes es
el reflejo del respeto que nos tenemos como nación. De nuestro honor. Y del
músculo moral para frotar presente y futuro. Es la autoestima imprescindible
para una comunidad humana libre con vocación de crecer, prosperar, superar
adversidades y tener la fuerza para defender a los débiles. Si a libertad,
democracia, convivencia y Estado añadimos historia, legado y memoria, lo que
tenemos es la Patria. Es palabra para muchos hoy tan hueca como la de honor.
Ambas merecen volver con fuerza al vocabulario porque nada hay más actual y más
necesario que la voluntad de entrega, la capacidad de sacrificio y la
disposición a la defensa del bien común.
En el ejercicio de estas tres virtudes cayeron muchas de las
víctimas que ayer honró el Rey al recoger este premio. Cayeron cobardemente
asesinadas y muchos recibieron un funeral semiclandestino. No fue la honra del
caído sino la dignidad del Estado y de la sociedad española la maltratada. Más
allá de la miserable complicidad de quienes arropaban y arropan a los asesinos,
hubo mucha vergonzosa indiferencia. Y desidia. La Fundación Villacisneros
reactiva ahora, con fondos privados y sin ayudas, casos de asesinatos aun
impunes –¡hay 314!–. Encuentra lamentables sumarios de atentados de hace tres y
cuatro lustros aun impunes que son polvorientas carpetas con apenas unos folios
y unas tristes fotos, sin investigación ninguna, que revelan desidia,
indolencia y lo peor, olvido. Asociaciones de víctimas y otros intentan luchar
contra desinterés y desmemoria. La precaria sociedad civil que es un obstáculo
para cualquier causa noble. Pero el estado de cosas no debería generar
abatimiento. Hemos estado mucho peor. En 2017 ha despertado en la sociedad
española un clamor en una exigencia de respeto mucho tiempo dormida. Que se
expresa con la bandera nacional y la imparable demanda del fin a las afrentas a
la nación, a su lengua y su integridad territorial. Buena señal es la alarma de
los que viven de la debilidad y los complejos de la nación, entre separatistas
como hispanófobos en el corazón de España. Insisten en las vías del fracaso
centrífugo y la desunión. Pero todo indica que la nación española despierta.
Los Reyes y las víctimas son los referentes perfectos para el rearme moral en
esta senda de unión, autodefensa, superación y honor.
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