REBROTES DEL IDEALISMO ALEMÁN
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
05.01.18
El consenso merkeliano quiere censurar todo lo que revele
sus fracasos
ALEMANIA es un país traumatizado por su pasado. Cierto que
lo son muchos otros países, entre ellos el nuestro. Pero Alemania lo es de una
forma especial. Con razón. Lo allí sucedido durante doce años de la primera
mitad del siglo XX fue algo jamás habido y ni siquiera concebido en toda su
monstruosidad. Desde el final de aquella pesadilla del III Reich en 1945, los
alemanes no han hecho otra cosa que trabajar para resurgir del páramo de
escombros e intentar demostrar que aquello fue un terrible accidente histórico
que jamás se repetirá en Alemania. Los alemanes son hoy otra vez muy
respetados, pero no queridos como quisieran. Pese a sus esfuerzos por destacar
como nación generosa y compasiva, lo opuesto a la impresión que dejaron las
generaciones anteriores al invasor y ocupar el continente.
El entusiasmo en el ejercicio de la bondad y entrega de los
alemanes en el otoño de 2015 con la llegada de inmensas oleadas de refugiados
fue otro esfuerzo, uno de los más espectaculares y meritorios, sin duda, por
borrar esa imagen del alemán uniformado grabada en la memoria y retina del
mundo. Tras la decisión de Angela Merkel de abrir las fronteras, centenares de
miles de alemanes recibían a los desconocidos con regalos, pancartas de
bienvenida y abrazos, ayudas de todo tipo y hospitalidad conmovedora. Los
observadores más lúcidos ya advirtieron que más allá de la solidaridad, aquello
tenía otra faceta con efectos imprevisibles. Avisaron que Merkel ponía de nuevo
en danza el con razón temido idealismo alemán. Que la muy irracional decisión
unilateral de anunciar que se acogería a todo refugiado que llegara a Alemania
era un rebrote de la temida autoestima que lleva una y otra vez a los alemanes
a creerse capaces de lo que no es capaz nadie. Para mal y para bien.
Había que demostrar la infinita capacidad de la nación
alemana de hacer el bien. La cosa tenía que salir mal. Los alemanes esperaban
reciprocidad para tamaño derroche de generosidad. No la ha habido. Las masas
que invadieron la cotidianidad alemana no se muestran agradecidas. Exigen,
pretenden, imponen. No se produce la alegre integración que demostraría al
mundo que con buena intención y orden y trabajo alemán se puede redimir al
mundo de sus peores sufrimientos. Al contrario, el deterioro es dramático. Gran
parte de los llegados tiende sistemáticamente al abuso y un porcentaje alto a
la delincuencia. La seguridad ha colapsado. Especialmente para las mujeres. El
desengaño es profundo. Como después de Stalingrado, el sueño se frustra, la
realidad se impone. Muchos protestan. Contra Merkel y contra su indefensión en
conflicto con los recién llegados. Pero no tienen cauce en los partidos
tradicionales. Porque la ideología del Estado no puede aceptar el fracaso del
proyecto masivo y urgente de integración multicultural. Porque la defensa de la
identidad alemana lleva el inmenso lastre de la historia. Pero crece. El sistema
ha entrado en pánico, persigue a quienes denuncian el fracaso y a quienes
defienden dicha nación alemana que la izquierda querría disolver y el centrismo
no se atreve a defender. Prioridad es combatir a la AfD, el partido surgido a
la derecha de la CDU gracias al espacio abandonado por Merkel. Ya tiene 93
escaños. Ahora saca el Gobierno una ley que exige a las redes sociales, bajo
amenaza de ingentes multas, una censura implacable de todo lo que considere
ultraderechista. No así para lo ultraizquierdista. Así se cierra el círculo y
en Alemania se recorta la libertad de expresión y muchas verdades quedan
proscritas. Todo en aras del bien. Como siempre. Otro rebrote del idealismo
alemán que acabará mal.
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