LA DEPRAVACIÓN DEL DISCURSO
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 15.10.13
No hay ningún país que se respete que otorgue tan
generosamente sus tribunas a quienes insultan o quieren destruir sus
instituciones
PROBABLEMENTE todos
seamos culpables de lo que tanto lamentamos algunos: el vertiginoso deterioro
general de formas y contenidos, esta caída libre de las calidades generales en
el discurso, en el trato, en la estética y en las motivaciones. Es difícil
hallar un gesto de abatimiento que sea del todo inocente, una queja que no
lleve culpa. Desde la indignación pareja al encanallamiento que se percibe en
muchas manifestaciones de la vida en la calle, a las irresponsabilidades de los
más poderosos. Un ejemplo: la inmensa y tan significativa discrepancia entre
los llamamientos a la sensatez y responsabilidad del empresario José Manuel
Lara y las actividades cotidianas de su imperio mediático. Ayer, Lara pedía
nada menos que «defender a muerte la propiedad intelectual».
Muchos estamos de
acuerdo. Pero sería mucho más fácil si medios de su propiedad no jalearan a
delincuentes políticos que cuestionan la propiedad en general. Si en su
televisión se demuestra a diario que robar en supermercados, robar información
secreta o hackear a las instituciones, te convierte en un héroe del pueblo,
difícil pretender que robar una canción o un poema sea una acción terriblemente
reprobable. No es la televisión de Lara más ofensiva, faltona y muchas veces
despreciable, es decir, la Sexta, la única, aunque sí la más activa en promover
el estrellato de todo aquel que sea noticia por acto delictivo o agresión a las
instituciones democráticas. Todas las demás televisiones, hasta las que se
pretenden más conservadoras, caen en la tentación de prestar espacio y tribuna
a un desecho de tienta intelectual y político cuyo único mérito ha sido
protagonizar agresiones contra el orden o contra las instituciones. Todas las
televisiones llevan a sus pantallas con regularidad a frikis, payasos
politizados y enemigos declarados de la democracia, de la Constitución y del
Estado. Y los promocionan como gladiadores para sus espectáculos. Equiparados a
los demás participantes que otorgan al debate, al menos teóricamente,
autoridad, conocimiento, competencia y seriedad. Dándoles así una legitimidad a
ellos y a sus postulados que van directamente en detrimento de nuestro orden
legal y del marco de convivencia establecido por la Constitución. Bajo el
absurdo, detestable y falso lema de que «todas las ideas son respetables»,
jóvenes y no tan jóvenes totalitarios atacan todo lo que debiera ser respetado
que son las leyes y las instituciones. Reconozco que el pasado sábado sentí
vergüenza de entrar al debate con una joven, cuyo único mérito de enseñar las
tetas para sabotear una sesión de las Cortes, le había valido su presencia
estelar en el plató de un programa de máxima audiencia en prime time. Habrá
quien me diga que la tercera participante en el citado debate, Pilar Rahola,
una habitual, demuestra siempre peor calaña que la fanática jovencita
guerrillera contra el patriarcado.
Lo
cierto es que no hay ningún país que se respete que otorgue siempre tan
generosamente sus tribunas a quienes insultan a sus instituciones o quienes,
como estas dos, quieren destruirlas. Este encanallamiento del discurso político
en televisión no lo hace más interesante. Y la presencia de radicales
antisistema no enriquece el debate, como creen algunos. Lo empobrece
radicalmente. Porque sin un consenso básico sobre el Estado de Derecho, los
debates se hunden en discusiones sobre los elementos básicos. Y se acaba
debatiendo el abecedario político que los totalitarios no aceptan. Con lo que
todos los debates quedan atascados en unos niveles primarios sin poderse
desarrollar hacia matices en las cuestiones a tratar. Pero sobre todo, este
discurso político depravado multiplica y ejemplariza el desprecio a las leyes.
Que es la causa de la inmensa mayoría de los problemas que conforman nuestra
actual tragedia.
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