EL PUTIN DEL BÓSFORO
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 22.08.14
De Turquía, miembro de la OTAN, se debía esperar más respeto
para las propias leyes
EL jefe del Estado turco saliente, Abdullah Gül, es un
hombre cordial y sereno, que goza de afecto y respeto en todo el mundo. Se
valora la sobriedad en el ejercicio del cargo, que tanto contrasta con el
carácter del hasta ahora primer ministro y ya sucesor de Gül en la presidencia,
Recep Tayyip Erdogan. Pues se ha despedido Gül tras siete años como presidente
con la estruendosa afirmación pública de que «le ha partido el corazón» la
forma en que le ha tratado su antiguo partido, el AKP, el Gobierno y el propio
Erdogan. Y que considera innoble la campaña de descrédito contra él en medios
cercanos al Gobierno del AKP. Y la ya exprimera dama Hayrünissa Gül ha
anunciado que lanzará «una intifada» propia para vengar las mezquindades contra
su marido. Desasosegantes nuevas en este gran país que es Turquía, de vital
importancia para la seguridad y estabilidad en una amplísima zona del mundo que
va desde el Asia central hasta el Mediterráneo. Entre ellas está la liquidación
de Gül, cuya supervivencia política no conviene a Erdogan. No ya para hacerse
con un poder como nadie ha tenido desde el fundador de la patria, Mustafa Kemal Atatürk. Ese poder ya lo tiene. Ahora de lo que se trata es de quedárselo para
siempre.
El pasado 10 de agosto, Erdogan se convirtió en el primer
jefe del Estado elegido directamente por el pueblo. Esto sucedía como colofón a
unas reformas cuyo único sentido real era buscar fórmulas de eternizar a
Erdogan al timón de Turquía sin entrar en conflicto con la constitución. Ahora
toca dotar de poder a un puesto que ha sido básicamente representativo. Ya está
en ello. De momento ha anunciado que el nuevo primer ministro y jefe del
partido AKP será su hombre de confianza y exministro de Exteriores Ahmet
Davutoglu. Igual que Putin con Medvedev. Erdogan es un gran admirador del ruso.
Por eso de los atajos y contundencias. Y se llevan muy bien. Ahora Erdogan
imita a su amigo en las formas para erigirse en un líder de carácter cada vez
más autocrático, libre de todo contrapoder real y sin otro control que el suyo
propio.
El desprestigio de la democracia y el resurgimiento general
del populismo y caudillismo no es cosa de Moscú y Ankara. En Latinoamérica
tenemos a la dictadura cubana dando clases de democracia en cinco o seis
capitales. Directamente desde La Habana. En la propia Unión Europea, Francia,
Holanda o el Reino Unido, el malestar antidemocrático se manifiesta con la
extrema derecha. En Hungría, Viktor Orban se declara más putinista que el
propio Erdogan. Y en los países pobres como España y Grecia, el desprecio a la
democracia y la libertad se manifiesta con el cutrerío de la extrema izquierda
totalitaria.
En los países bolivarianos ya se ha forzado y violentado la
constitución hasta la saciedad. En Rusia las cartas ya llevan tiempo boca
arriba. De Turquía, miembro de la OTAN, se debía esperar más respeto para las
propias leyes. Pero quiá. Solo tiene enfrente Erdogan a unos valientes y
aislados miembros de la oposición y a unos jueces del Constitucional que serán
heroicos si intentan pararle los pies. Motivos parece haber. La oposición
denuncia graves irregularidades en el proceso, con un Erdogan que habría
perdido su condición de parlamentario y de primer ministro al ser elegido
presidente.
Sea como fuere, el Putin del Bósforo dará que hablar. Su
megalomanía y su autoestima están disparadas. No escucha ya más que a Alá y a
los ecos de la historia. Y quiere eternizarse. Lo peor es que solo tiene 60
años.
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