BÁLSAMO DE HISTORIA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 05.08.14
La ignorancia del pasado no es igual en todas partes. Como
no lo es la falta de sensibilidad hacia la historia
FUE una magnífica ceremonia. En forma y contenido. Sobria y
emotiva. Culta y política. Profunda y medida. Cuajada de sus discursos y en su
desarrollo de honradez, convicción y buena fe. El acto solemne de Lieja reunió
a una veintena de jefes de Estado y de Gobierno para conmemorar el comienzo de
las operaciones militares de la Primera Guerra Mundial. Cien años después,
aliados y enemigos se reunían para honrar a los muertos, evocar los trágicos
errores y exponer las lecciones de la historia. Muchos de los actos
conmemorativos de nuestras peores catástrofes son momentos ejemplares de la
escuela de convivencia. Bálsamo de historia para males actuales. Reconforta
además en estos tiempos ver a líderes políticos en el ejercicio de un papel de
incontestada dignidad. Ayer fue el caso. Enemigos de antaño desgranaron juntos
el mensaje de aquel terremoto de la humanidad que, en cuatro años de guerra y
con muchos millones de muertos, enterró a la civilización que lo había
provocado. Y dio vida a nuevas formas de pensar, sentir, crear, mandar y matar.
Enterró el viejo orden, autoridades, tradición y jerarquías y engendró nuevas
ideas que habrían de prolongar la devastación durante muchas décadas más,
alguna de ellas hasta prácticamente nuestros días. Estas ceremonias deberían
ser material obligado, como instrumentos que confieren cohesión en la memoria,
en todas las escuelas de esta Europa. En una unión en la que casi lo único que
hoy es común a todos procede de América.
Desde los encuentros de Kohl y Mitterrand o de Gorbachov con
Reagan hasta un Willy Brandt arrodillado en el gueto de Varsovia
son muchos
ya, a lo largo de sesenta años de construcción pacífica de Europa, los hitos en
la reflexión, la memoria y la reconciliación entre enemigos en el continente
del pasado más violento del planeta. La cultura del luto, del recuerdo a las
víctimas, el memorial a la culpa propia, el perdón a la ajena y el sufrimiento
común, es la forma más eficaz de educar en la paz y de prevenir en el odio.
Será más necesaria aún para estas generaciones cada vez más alejadas del
testimonio vivo de las tragedias europeas. La ignorancia del pasado no es igual
en todas partes. Como no lo es la falta de sensibilidad hacia la historia. Así,
fueron muchas las televisiones públicas en Lieja, pero no TVE, pese a la
presencia de S. M. el Rey. Cierto que no participamos en aquella guerra. Pero
la importancia de la pedagogía política de estos actos no depende de eso. En el
respeto mutuo entre contendientes y también la empatía por el antiguo enemigo
había dado España lecciones al mundo en la Transición. Después ha destruido
gran parte de ese orgullo con el delirio revanchista en la pasada década. Es
otra lección de la fragilidad de la convivencia incluso en una sola nación.
Todos debemos ser conscientes del éxito incuestionable de
esta paz sin precedentes en Europa desde 1945. Aunque hasta 1989, por la
dictadura soviética en el este, solo parte de ella fuera libre. Como debemos
ser conscientes de la posibilidad de perder esta inmensa fortuna que es Europa,
una comunidad multinacional que ha logrado ser próspera, compasiva, solidaria,
unida y libre como ninguna otra jamás antes ni ahora. Como sonámbulos fueron
los emperadores, políticos y militares en 1914 a una guerra que jamás hubieran
imaginado. Enloquecidas fueron las ideologías criminales 25 años después a
despedazarse sobre los cadáveres de las democracias. Y la Europa actual, frágil
y débil no es inmune al delirio ni a la autodestrucción. Evocar las amenazas y
las tragedias es la mejor forma de reafirmar convicción y voluntad de defender
nuestro sistema libre de sociedad abierta de sus muchos enemigos.
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