LA RESBALADIZA SENDA DE LA OFENSA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 16.01.15
La inmensa mayoría de los seres humanos subscriben la afirmación del Papa de que no se debe ofender la fe de nadie
HA sorprendido a muchos la forma en la que el Papa Francisco
ha entrado en el debate sobre la libertad de expresión, sus límites y el trato
de la ofensa. Lo ha hecho en el avión que le trasladaba de Sri Lanka a
Filipinas. Y a preguntas de los periodistas tras los trágicos acontecimientos
de París y la nueva publicación de la imagen de Alá. Nadie puede creer que el
Papa improvisara su reflexión sobre los límites de la libertad de expresión y
la forma de definirlos, defenderlos y marcarlos. Dijo el Papa Francisco que «es
verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasparri, gran amigo
(en referencia a un colaborador suyo sentado junto a él), dice una mala palabra
de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. Es normal». Y añadió: «No se puede
provocar, no se puede insultar la fe de lo demás. No puede uno burlarse de la
fe. No se puede. Tenemos la obligación de hablar abiertamente, de tener
libertad, pero sin ofender». La cosa no es tan fácil. Y el terreno tan
resbaladizo hubiera requerido unos cuantos anclajes más para no asustar a
muchos. Porque decir que la respuesta «normal» a una ofensa es un puñetazo
plantea la legitimidad de la represalia física a una ofensa verbal. Que es lo
que se produjo en París en la redacción de «Charlie Hebdo»: una severa represalia
por lo que se consideró una ofensa.
La inmensa mayoría de los seres humanos, creyentes o no,
suscriben la afirmación del Papa de que no se debe ofender la fe de nadie. Y
coinciden en que las creencias religiosas, como la parte más íntima y sagrada
de su identidad para la persona creyente, deben ser respetadas como las que
más. Lo suscriben todos menos quienes viven de la ofensa y la agresión verbal,
entre ellos la redacción de «Charlie Hebdo», o quienes disfrutan del humor más
zafio e hiriente, que es una afición tan detestable como legal. Pero ese
acuerdo cuasi universal de que no es bueno ni decente agredir a nadie con una
ofensa a su religión, solo se mantiene en el mundo occidental si dicho respeto
surge de la libre voluntad. Si la falta de respeto y el ejercicio de la ofensa
no tiene que temer otra sanción que la reprobación personal o social. Nos
pueden parecer despreciables quienes se dedican a la mofa de la religión. Pero
todo tipo de represión legal o justificación de represalias por una ofensa de
opinión nos lanza por una senda en la que comenzamos patinando y todos pronto
nos romperíamos la crisma de nuestras libertades. Una vez que se penaliza la
ofensa hay que definirla. Y la ofensa no es la misma para un seguidor del
Liverpool que para el Ayatolá Jamenei, ni la del Papa es la de un sátrapa
africano. Para Kim Sung Un es una terrible ofensa no inclinarse ante la estatua
de su abuelo. Suficiente para encarcelar por muchos años a sus súbditos. Y de
las ofensas a su persona ya saben mucho la compañía Sony y Hollywood. La
soldadesca del Estado Islámico castiga a los maridos por la ofensa que supone
que las mujeres levanten con el talón su túnica al andar. Y ser homosexual es
tal ofensa en muchos rincones del Islam que a los culpables se les ahorca. Los
apóstatas ofenden tanto a dios que en unos sitios se les encarcela y en otros
se le corta la cabeza. Cuidado con legitimar la represalia del ofendido. Porque
los ofendidos son insaciables. Y acaban ofendiéndose porque se lea la Biblia,
como en Corea del Norte, porque se quiera votar o porque se diga que la tierra
gira en torno al sol.
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