INERCIAS POLÍTICAS EN GUERRA
Por HERMANN TERTSCHABC Sábado, 10.01.15
«Nadie se atrevió a pedir a los musulmanes de todo el mundo
la denuncia explícita de esa peste asesina que es el yihadismo»
Fueron unas
vertiginosas 60 horas de «shock» traumático continuo las que concluyeron ayer
con la muerte de tres terroristas y cuatro rehenes en sendos asaltos policiales
en dos puntos de la geografía francesa. Después de la mayor caza al hombre
desatada por toda Francia que se recuerda en la historia reciente. Todos saben
que el balance, aunque trágico, pudo ser aún mucho peor. Pero nadie se engaña
ni en Francia ni en Europa ni en el resto del mundo. Lo que comenzó el
miércoles con un atentado en la Redacción de «Charlie Hebdo» y una matanza de
periodistas y causó al menos 20 muertos en menos de tres días en pleno corazón
de Francia, ni acabó ayer ni acabará en meses ni pocos años. Con su bandera
francesa y la europea, el presidente François Hollande, compareció ayer en
televisión para proclamar la voluntad de la Nación Francesa de luchar por su
libertad, por su seguridad y por su convivencia de la sociedad plural. Advirtió
contra la «brocha gorda» en juicios y descalificaciones, agradeció su
sacrificio y labor a Policía y Ejército y pidió retorno a la normalidad sin
abandonar la alerta. Donde más énfasis puso el presidente fue en demandar
unidad a los franceses. Llamó Hollande a todos a unirse el domingo a la gran
convocatoria nacional de unidad en defensa de la convivencia y la libertad. El
domingo estarán en París muchos jefes de Estado y de Gobierno para expresar su
solidaridad con Francia. Y habrá grandes muestras de afecto y adhesión a la
democracia y a la sociedad abierta. Llegarán las expresiones más encendidas y
emotivas de amistad y admiración al pueblo y a la historia de Francia como cuna
de libertades y derechos civiles. Muchas llegarán de países árabes y musulmanes
en general. Y nadie dudará de que llegan colmadas de buena fe y voluntad.
AFP Musulmanes rezan ayer en la Gran
Mezquita de Saint-Etienne
Es muy pronto aún
para saber cuáles van a ser los efectos sociales, psicológicos y políticos del
inmenso trauma que ya ha supuesto para Francia esta primera espectacular
batalla de una nueva guerra moderna que, según todas las previsiones y los
análisis de expertos, abre definitivamente escenarios en Europa. La extensión y
violencia en estos nuevos campos de batalla del yihadismo en el viejo
continente dependerán a corto plazo de las medidas policiales, del aumento de
la capacidad de inteligencia, control y protección de instalaciones y
comunicaciones estratégicas y críticas y reformas legales para la
intensificación de la represión y la cooperación internacional.
Pero lo cierto es que
todo indica que las inercias mentales del continente europeo, que no se han
visto modificadas en estos pasados treinta años por evidencias, no lo hacen tampoco
por veinte muertos, ni por tres días de trauma. Y todo hace pensar que, tras
las emotivas escenas del domingo, la retórica y las intenciones políticas de
los partidos tradicionales europeos intenten volver adonde estaban, a la
negación de profundos problemas que hacen tan vulnerables a las sociedades
europeas. Se volverá a querer hacer frente con cataplasmas de beneficencia y
sentimentalidad multicultural lo que es la escalada de la furia
fanática/nihilista de unos musulmanes europeos que no solo niegan toda lealtad
al país que acogió a sus padres y abuelos que huían de miseria y violencia en
sus países de origen, sociedades fracasadas bajo la cultura islámica. Sino que
trabajan por su destrucción, alentados por un movimiento inmenso en todo el
mundo musulmán, que lejos de decaer como auguraban algunos antes del 11-S, ha
escalado a nuevas cotas. Apenas pasa un día sin matanzas en algún lugar del
mundo en un ejercicio de amenaza general y permanente mensaje: «Obedece,
sométete o te matamos. Porque nuestro destino es el poder mundial». En
Occidente utiliza todas las debilidades de unas sociedades abiertas cómodas,
cobardes e indolentes. Como tantas veces anunciaron Giovanni Sartori, Mikel
Azurmendi y tantos otros, la política de beneficencia, la subcultura de la
subvención y fomento de la multiculturalidad ha causado estragos en todos los
países europeos. Invitando literalmente a la creación de tribus, cuerpos
extraños, guetos y mafias étnicas y religiosas que prima a colectivos e impiden
la integración y la lealtad de los individuos al Estado. Pedir, exigir la
lealtad a la comunidad musulmana de cuyo seno han salido estos terroristas y
otros muchos que se entrenan en Oriente Medio para volver a la guerra en
Europa, parece una necesidad obvia. Pero ni Hollande ni ninguno de los
políticos tradicionales habló ayer de ello. Estaban todos mucho más preocupados
por lo que califican de amenaza de la islamofobia, que situaban incluso ayer al
mismo nivel como problema y enemigo, que los terroristas, el Estado islámico y
la amenaza yihadista global. Nadie se atrevió ayer a pedir a los musulmanes
franceses y europeos y a los de todo el mundo, un esfuerzo común de denuncia
explícita y militante contra esa peste asesina que es el yihadismo. Que está
camino de ser la sucesora de nazismo y comunismo como principal fuerza criminal
en este siglo XXI. Aún vemos todo el discurso antiguo fracasado que achaca el
terrorismo poco menos que a la falta de esfuerzo de integración de las
sociedades anfitrionas. Esa temeraria simpleza que recorre toda la corrección
política en Occidente impide ese mayor grado de exigencia que ayudaría también
a las comunidades musulmanas a una mayor integración y a los países musulmanes
a una mayor apertura y desarrollo. En Alemania ayer, esa corrección política
suicida que ha generado un consenso que sí debiera dar miedo, por lo
implacablemente hostil que es a toda discrepancia, se pronunció de forma
grotesca. La asociación de editores de prensa puso al mismo nivel de amenaza a
los terroristas yihadistas con los ciudadanos que, bajo el nombre de Pegida, se
manifiestan para expresar su temor al islamismo. Aunque es cierto que la
extrema derecha intenta y consigue capitalizar los miedos y la indignación por
el desprecio del gobierno y partidos tradicionales, los alemanes que allí se
manifiestan jamás han hecho otra cosa que pedir pacíficamente respeto. Si
Marine Le Pen en Francia se beneficia de esa falta de valor para afrontar los
problemas que inquietan a la ciudadanía, en Alemania son ya mayoría los que, sin
atreverse a manifestarse a favor de Pegida, declaran que comparten parcial o
totalmente sus temores.
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