ESTADO DE EXCEPCIÓN
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 09.01.15
Era absurdo creer que la guerra total que libra el Estado
Islámico contra la coalición internacional fuera a transcurrir sin otros campos
de batalla
FRANCIA está desde el mediodía del miércoles en estado de
excepción, lo va a estar mucho tiempo y nadie debe descartar que gran parte o
toda Europa también lo esté pronto. Da bastante igual que los dos hermanos sean
«lobos solitarios» que actúan juntos pero por su cuenta, o miembros de una
célula enviada como comando por un centro de mando con instrucciones precisas.
Da igual porque sufriremos casos de ambos tipos. El peligro no pasará nunca. Y
estamos muy lejos de cualquier escenario realista que pueda sugerir que
disminuya el peligro. Para ataques a multitudes las ocasiones son infinitas.
Tenemos la experiencia fuera de Europa, en países en los que el yihadismo mata
masivamente, también a musulmanes. Desde Yemen o Nigeria hasta Afganistán o
Paquistán, las matanzas se repiten. Lo cierto es que el escenario tan temido
por la comunidad internacional de servicios de información y los gobiernos es
ya una realidad. Y es que era inevitable. Era absurdo creer que la guerra total
que libra el Estado Islámico, como máxima expresión del éxito del yihadismo,
contra la coalición internacional fuera a transcurrir sin otros campos de
batalla. Todos los días de los pasados años hay muertos no combatientes en todo
el mundo. Y todos a manos de fanáticos de una sola religión.
Que la religión y sus muchos cientos de millones de fieles
pacíficos no tienen ninguna culpa sino son también víctimas es una obviedad. Es
la ideología política emanada de esa religión, la «rabia mundial del terrorismo
islámico» como la define Michael Burleigh, la que se ha convertido en el mayor
movimiento asesino del mundo actual. Amenaza con el caos y el terror a muchos
estados fallidos de cultura islámica. Que no tendrán protección exterior.
Occidente ha agotado su disposición a la intervención. Ahí tienen al Estado
Islámico, que mantiene su desafío seis meses después de ser atacado por una
alianza de 60 países. Que quiere ganar sin poner un pie en el desierto y un
muerto en casa. Así el prestigio de la barbarie se dispara entre la población
de países fracasados con juventudes frustradas. Que el atraso generalizado se
debe precisamente al estrecho y riguroso marco cultural que el Islam impone, es
algo que se piensa y no se dice.
Pero el reto de las sociedades libres de Occidente hoy es
uno mucho más urgente. Y está en sobrevivir como democracias abiertas en un
mundo en el que, siendo su más importante enemigo el islamismo, no es el único
enemigo. Michel Houellebecq presenta en su controvertida novela «Sumisión» un
dilema electoral para los franceses entre una opción Le Pen y otra islamista. Y
los partidos tradicionales y a su cabeza la izquierda, llevan al poder a un
islamista que convierte Francia en República Islámica. Le han criticado mucho
por ello. Pero sabemos de guiones mucho más descabellados. Más allá del estado
de excepción en el que estaremos mucho tiempo, quizás generaciones, la sociedad
abierta necesita de la lealtad y cooperación de las comunidades islámicas en su
seno. Porque de ellas surgen los enemigos de la sociedad de todos. Y exigir un
compromiso mucho más explícito, activo y auténtico, que hasta hoy es algo
imprescindible para secar los pantanos del rencor religioso del que se nutre el
islamismo. Todos y cada uno de los fieles musulmanes que viven en Occidente
deben sentirse plenamente protegidos en sus derechos. Pero el mismo respeto que
los demás les otorgamos, lo exigimos para todas y cada una de las leyes y
reglas de la sociedad libre y abierta. Y también para la libertad de analizar y
expresar la opinión sobre los efectos de toda cultura, toda religión y creencia
sobre nuestra convivencia en seguridad y libertad.
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