UNA FECHA QUE CAMBIÓ EUROPA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 02.09.16
La decisión de Merkel ha sacudido los cimientos y las
paredes maestras de Europa
EL domingo se cumple
un año de una fecha, el 4 de septiembre del 2015, que muchos consideran ya
fatídica para la suerte de Europa, que en todo caso ha cambiado decisivamente
el orden político en el continente y cuyas consecuencias son ya dramáticas,
serán muy profundas y muchas permanentes. En estos 365 días han cambiado mucho
muchas cosas en Europa. Desde la generalización del miedo en muchas comunidades
hasta la irrupción del antisemitismo y misoginia de importación musulmana,
desde la política terrorista hasta el número de países miembros de la Unión
Europea. El 4 de septiembre del pasado año una decisión personal tomada por un
líder político europeo en solitario produjo un estallido incontrolado de buenas
intenciones y como siempre sucede con estos fenómenos afectivos colectivos,
desató unas consecuencias imprevistas, muchas de ellas graves de inmensa
gravedad y trascendencia. Hace un año, Angela Merkel consideró que la situación
dramática en que se hallaban miles de refugiados en Hungría era una emergencia
humanitaria tan extraordinaria y extrema que merecía y justificaba que ella, el
gobernante más poderoso del continente, declarara unilateralmente y sin
consulta previa alguna, suspendidas las leyes comunitarias que regían para 28
países. Aquel día la canciller alemana actuó sola y se situó por decisión
propia por encima de la ley, de las leyes comunitarias, nadie duda de que
movida por las buenas intenciones. De la generosidad de ofrecer asilo a todos
los que lo necesitaran y de la compasión y misericordia de evitar los dramas
que las televisiones de todo el mundo difundían. Pero incuestionable es que
Merkel violó aquel día el principio de legalidad en Europa. Y desencadenó una
lógica perversa que ha transformado demográficamente pueblos, barrios y
ciudades en Alemania y ha cambiado la vida a millones de alemanes. Y ahora
amenaza con extender el efecto con las cuotas obligatorias.
Decenas de miles de refugiados procedentes de las costas
griegas avanzaban aquellos días por los Balcanes hacia el norte en un flujo
interminable que arrollaba las fronteras. Grecia era incapaz de controlar la
llegada de auténticas flotillas de traficantes desde las costas turcas. Abrió
su frontera hacia Macedonia contraviniendo las leyes de la UE que exigían el
registro de los refugiados allí. Las paupérrimas Macedonia y Serbia, no
miembros de la Unión, facilitaban el paso hacia el norte. Hungría, sin embargo,
quiso defender sus fronteras y aplicar la ley nacional y europea, también la que
obliga a registrar a los inmigrantes ilegales y solicitantes de asilo. Todos
los esfuerzos por mantener orden y leyes eran en vano por la actitud de los
recién llegados de no respetar a nada ni nadie que pusiera obstáculos a su
objetivo de llegar a Alemania cuanto antes. Arropados en esta revuelta contra
la autoridad y legalidad por unos medios internacionales volcados en aras de un
supuesto humanitarismo en sabotear cualquier intento del gobierno húngaro de
imponer la ley. La construcción de una valla por parte de Hungría para impedir
la llegada descontrolada fue condenada como una terrible violación «fascista»
de derechos. Un año después todos los países salvo Alemania han imitado a
Hungría y construido vallas parecidas. La decisión de Merkel ha sacudido los
cimientos y las paredes maestras de Europa. Ha quebrado las certezas de la
seguridad, la identidad y la autoridad. La plena reacción europea al 4 de
septiembre aun está en gestación. Pero muchos efectos están claros ya, desde el
Brexit de junio a las elecciones en el Estado de Mecklenburgo-Antepomerania,
hogar electoral de Merkel. Allí el derechista AfD puede vencer por primera vez
a la CDU en un Land. Esa bomba política puede estallar este domingo,
aniversario del 4 de septiembre del 2015, cuando en nombre del sentimiento,
Alemania volvió a actuar contra la razón.
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