The Unending Gift

martes, agosto 16, 2016

LA HONRA PERDIDA DE HERMANN KANT

Por HERMANN TERTSCH
ABC  Martes, 16.08.16


El negociado cultural español desde la Transición hasta hoy ha sufrido siempre bajo el protagonismo de personajes así

SEGURAMENTE fuera Hermann Kant, que ha muerto ahora en un hospital de Mecklenburg a los 90 años, el escritor de más talento de todos los «literatos oficiales» de la muy efímera república comunista alemana que fue la RDA. Sus novelas 'El aula' o 'La estancia' tuvieron una inmensa repercusión entre la población lectora dirigida dentro del estado socialista, pero también se vendieron mucho en la Alemania occidental y son parte de la literatura de la segunda mitad del siglo XX que hoy se lee en los colegios alemanes. Recibió con justicia grandes premios literarios. Pero Hermann Kant fue además de un escritor con talento un miembro de la maquinaria de represión y terror del régimen comunista.
Fue desde 1972 el comisario jefe y el chivato mayor del mundo cultural del reino de Honecker. Como jefe del Pen Club de la RDA lo recuerdo en una reunión en Hamburgo en la que pasé toda la jornada con él un par de años antes de la reunificación. Vi cómo comandaba e intimidaba a las plumas más ilustres de la RDA. A las más ilustres que él permitía estar en el Pen Club, publicar en la RDA y viajar fuera de allí porque todo el aparato de la Stasi tenía fe ciega en Hermann Kant. Utilizó su poder para perseguir a escritores sospechosos de disidencia. pero también a aquellos que, aunque leales al régimen, pudieran hacerle sombra. Como Stefan Heym, también comunista pero eterno disidente, al que expulsó del Pen Club. Heym estuvo 17 años sin poder publicar en la RDA.
La vida de Kant es la del militante cultural de la izquierda. Más dañino cuando es hombre de talento con una combinación explosiva de ideología y carácter. Son pieza clave para el culto de la izquierda, para su disciplina y capacidad de movilización. Por eso han gozado de especial comprensión e impunidad en el siglo XX. Recordemos a Pablo Picasso y a Jean Paul Sartre celebrados por su obra y mitificados por la Francia libre tras haber pasado cuatro años de buena vida y grandes negocios con los oficiales y el generalato nazi. Mientras pobres mujeres francesas eran vejadas y torturadas por haber tratado con simples soldados alemanes, aunque solo fuera para dar de comer a sus hijos. Ahí está Robert Capa con su foto mentira de la Guerra Civil. O los siniestros funcionarios de la literatura soviética con los que luchan Bulgakov, Pasternak, Mandelstam y tantos otros.
En las democracias también tenemos estos caracteres en la izquierda, que es donde existe una cultura gregaria y siniestramente solidaria, en la que se mezclan medro personal con la permanente mentira por simpatía a la causa. El negociado cultural español desde la Transición hasta hoy ha sufrido siempre bajo el protagonismo de personajes así, todos ellos de una izquierda incansablemente promocionada, «catetamente» venerada y generosamente financiada por izquierda y derecha pazguata por igual. Los que daban las órdenes de qué leer, qué cine ver, qué escuchar, qué cuadros comprar, cómo caer bien a los políticos, como desenvolverse «en la pomada» como suelen decir sus más funestos y cínicos representantes.

Son los que hacen las listas blancas y negras de la cultura, como Hermann Kant, que siempre priman a los propios de izquierda e incluyen algún notorio tonto de derechas. Para que la gente aprenda que si se quiere ser alguien en la cultura española hay que transitar por la izquierda o nunca se estará en ninguna lista salvo como elemento de descrédito. Siempre con el aplauso, el apoyo político y administrativo y el dinero público de esa derecha tan falta de convicciones, inculta y cobarde que con razón se avergüenza de sí misma.

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