EN ESTE HOTEL YA NO EXISTE ISRAEL
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 12.08.16
No alcanza la gente a ver que los ataques a Israel y los
judíos son contra todas las sociedades libres
EL viejo Claude
Lanzmann no cae bien a mucha gente. Tiene muy mal humor. No se calla nunca. Y
siempre tiene algo que decir. No es casualidad que sea él, un prodigio de
perseverancia, el autor de la mayor obra de investigación periodística jamás
hecha y filmada. Lanzmann ha dedicado gran parte de su vida adulta a crear, producir
y promocionar esas diez horas y trece minutos de película sobre el Holocausto
titulada «Shoah» y que muchos consideran la «Capilla Sixtina» del cine
documental. Este periodista judío francés tuvo una vida trepidante que le llevó
desde sus líos con Simone de Beauvoir y la vida frívola de la intelectualidad
francesa a todos los escenarios de guerras y conflictos desde 1945. Pero ante
todo a investigar –esto sí es periodismo de investigación, no el buzoneo
interesado que conocemos– paraderos de víctimas y especialmente verdugos del
Holocausto y organizar encuentros con ellos que son obras de arte que
escenifican la lucha de la mentira, la culpa, la verdad y la redención
protagonizados por seres vivos que se representan a sí mismos en el celuloide.
Para comprender bien la vida humana en este planeta, un extraterrestre tendrá
que conocer también la Shoah de Lanzmann. Es el periodista que más claramente
ha cruzado el umbral de la permanencia con su obra.
Como suele pasar
cuando se han cumplido ya los 90 años y se tiene buena salud, uno dedica
bastante tiempo a enterrar a amigos. Cuando se ha sido tan mujeriego como él,
también a exmujeres y novias. Estaba hace unos días en Berlín el anciano
periodista para enterrar a la escritora y actriz Angelika Schrobsdorff, con la
que había estado casado diez años y que había muerto el 31 de julio a los 88
años. Se hospedó en el hotel Kempinski como habitualmente desde 1986 cuando
estrenó en Berlín Oeste la Shoah. Con la mirada absorta sobre el listín de
prefijos, dice que notaba que faltaba algo y era eso, la ausencia de Israel,
justo antes de Italia. No sería quien es si no se hubiera puesto a indagar por
qué esa ausencia de Israel. Y un encargado en las oficinas se lo dijo con
franqueza: «Me alegra que pregunte, señor, yo también soy judío. Es una
decisión consciente de la dirección que ha quitado Israel de la lista para no
ofender a los árabes que son gran parte de la clientela. Es orden de la
dirección y aquí no podemos hacer nada». Los árabes no quieren que Israel exista
y en el Hotel Kempinski, Israel ha dejado de existir. De momento en el listín
telefónico.
Como en las
televisiones de Irán y otros países donde se habla de «entidad sionista». El
antisemitismo no deja de adoptar otras perversas formas. Y las sociedades
occidentales se pliegan obsequiosas ante el dinero o la violencia de la
judeofobia islámica. Viene de los ricos clientes árabes del hotel y de los
inmigrantes islámicos que han convertido ya en una temeridad pasear por una
ciudad alemana con una bandera de Israel. Viene de una izquierda radical
europea que agita un odio contra Israel que solo alcanzaba la judeofobia de los
nazis. Tachan el nombre de Israel igual que borran o quitan la cruz de los
escudos deportivos para agradar más al cliente musulmán que cada vez impone más
sus odios y sus condiciones en países libres que por esos hechos cada vez lo
son menos. No alcanza la gente a ver que los ataques a Israel y los judíos son
contra todas las sociedades libres. Que tendremos que defender nuestras democracias
como Israel la suya. Y que si cae Israel cae el bastión clave en el muro de
Constantinopla.
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