LOS PECADOS DE AGUIRRE
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes,
25.04.17
Por fin abatida la pieza más codiciada de la jauría
AYER dimitió de su último cargo uno de los gobernantes
capaces y uno de los pocos espíritus libres del triste, romo y mediocre escenario
político español, Esperanza Aguirre. Por estas características, por sus
innegables logros en la gestión de gobierno en Madrid, por su músculo político
que tanto humilló en la derrota a sus adversarios y por las cotas de
popularidad que llegó a alcanzar, ha sido durante lustros la pieza más
codiciada a abatir en la cacería inmisericorde que es la lucha política.
Gracias a la irrupción explosiva en nuestra historia contemporánea de un
presidente de gobierno socialista llamado José Luis Rodríguez Zapatero, en la
España del siglo XXI los adversarios políticos vuelven a ser enemigos. Enemigos
a liquidar. Como en aquella trágica II República que tantos quieren reeditar.
De momento no se llama como entonces a la liquidación física del adversario.
Como hacía Dolores Ibarruri, cuyo nombre han puesto a calles, plazas y
edificios en sustitución de los nombres de escritores y otras personalidades
que deben ser olvidados por no haber destacado con hoz y martillo. Aún no se
busca la muerte física, basta con la civil.
Desde hace lustros hasta ayer mismo, Aguirre ha encabezado
la lista de políticos a destruir. Sus virtudes tanto como sus defectos hicieron
de ella la persona más odiada por sus enemigos ideológicos, que nunca le
perdonaron sus mayorías. Pero también por quienes en principio deberían haber
sido sus meros rivales en el seno de su partido.
El PP despide a Aguirre diciendo que ha sido una «persona
relevante». Y tanto. Como que les ha dado las mayorías a los que se presentan
como renovadores, cuando llevan treinta años con responsabilidades en el
partido. Y sin embargo, Aguirre tiene inmensa culpa en lo sucedido. En lo
sucedido al PP y a toda la mayoría social que no quiere una política
revanchista de izquierdas, ni una reedición del Frente Popular ni un régimen
bolivariano como el que ahora mata a su población de hambre o a tiros. Tantas
veces valiente, tantas veces soberbia, no tuvo el coraje en 2008 ni después de
romper la baraja para impedir el secuestro por los triunfadores del Congreso
del PP de 2008. Ni la conversión del partido en mero aparato de gestión del
poder y subsistencia para Rajoy y su gente. La lucha abierta contra la
intención de Rajoy de privatizar para sí el PP, desde dentro o desde fuera del
partido, habría cambiado el escenario político español. Rajoy no se habría
encontrado con un partido a su izquierda como Ciudadanos, sino uno a su derecha
que hubiera defendido valores y criterios liberal-conservadores para
racionalizar y modernizar una España que es inviable tal como está. Valores y
principios tan olvidados por Rajoy como despreciados por su entorno. No tuvo
Aguirre el valor de hacerlo y ese es su peor pecado. Aún peor que su
imperdonable falta de perspicacia y criterio a la hora de elegir a sus
colaboradores. Ahora se va arrollada por la corrupción ajena por el interés
coincidente en que la odiada pieza fuera por fin abatida.
Rajoy no estuvo menos rodeado de corrupción. Los inmensos
escándalos del PSOE o el dinero de sangre venezolana de Podemos no trascienden
porque Rajoy y su vicepresidenta entregaron las televisiones a un duopolio que
se encarga de fomentar el proyecto totalitario izquierdista como la amenaza que
ha de mantener a Rajoy como perenne mal menor. Con unos periodistas adocenados
y alimentados por los bonzos del duopolio que se encargan que se hable mucho de
Aguirre, pero nada de lo que trama Mauricio Casals, ese amigo de la
vicepresidenta, tan cerca él de La Moncloa y tan lejos de Dios.
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