EL CANDIDATO MENGUANTE
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 02.05.17
Poco promete quien gana solo por no ser Le Pen
DICEN las encuestas que Emmanuel Macron ha perdido cuatro
puntos en una semana. Y que Marine Le Pen, por lógica, los ha ganado. La abismal
diferencia de que se hablaba hace poco más de una semana era de 26 puntos.
Ahora se dice que son 18. Aunque siga menguando debiera ser suficiente para que
el candidato de «todos contra Le Pen» gane y se convierta en el nuevo
presidente de la República de Francia. Son muchos los que se alegran hoy de que
la campaña entre las dos vueltas solo sea de quince días. Porque el paso del
tiempo desgasta al brillante candidato Macron a una velocidad de vértigo. El
candidato artificial que se fabricó a sí mismo para intentar salvar al sistema
tradicional desde fuera de las fuerzas tradicionales, parece tener un techo de
cristal. Ni siquiera hace falta conocer los pormenores de su pasado como una
única carrera de autopromoción y engaños para considerar que hay muy poca
verdad tras esa imagen de triunfador y yerno ideal. Se pretende poeta y
financiero, romántico y «enarca» de la Escuela Nacional de Administración,
experto en Hegel y Maquiavelo o discípulo favorito del filósofo Paul Ricoeur.
Allá donde se rasca surge la grieta. En todos los campos batidos por Macron
para su frenética autopromoción hay algún cadaverito escondido, alguna
inexactitud decisiva o falsedad no menor, alguna prueba de su ambición
excesiva, de sus pocos escrúpulos y su autoindulgencia. Desde los partidos
tradicionales a las fuerzas sociales, económicas y financieras, desde el aun
presidente François Hollande a su vecina Angela Merkel, como todo los gobiernos
europeos y por supuesto «el todo Bruselas», media Francia y toda Europa, ansían
angustiadas el paso del tiempo, que sea cuanto antes el 7 de mayo. Que llegue
el domingo con el candidato Macron entero, sin sufrir nuevos sobresaltos
mediáticos, sin revelaciones que pudieran quebrar de un fatal golpe esta cómoda
ventaja que el candidato del Bien aun tiene sobre la candidata del Mal.
Así es como han presentado esta elección, como la lucha del
Bien que preserva y el Mal que todo lo rompe. Estas simplificaciones tramposas
suelen volverse contra sus promotores. La sociedad francesa, pese a su larga tradición
política, no está menos afectada por la infantilización y la sentimentalización
que el resto del continente. No hay proyecto que desde la situación real busque
la profunda reforma europea con una propuesta nacional integradora. Así las
cosas no es menos inteligente creer que las soluciones de Le Pen pueden
resolver los problemas de Francia que pensar que el problema fundamental de una
Francia paralizada desde hace décadas es Le Pen y el 41% de la sociedad
francesa decidida ayer a votarla.
Estos millones de votantes de Le Pen no son fascistas ni
nazis ni nada parecido. Son franceses hartos de que, en vez de soluciones los
gobernantes les sirvan mentiras y, si no se las creen, insultos. No son esa
caricatura del votante primitivo con que la arrogancia de los gobernantes del
consenso socialdemócrata europeo difama a todo elector que se aleja de ellos,
sea americano, húngaro, polaco o alemán. Son franceses muy distintos entre sí,
aburridos de que Bruselas se inmiscuya en sus vidas. Y Juncker se permita hasta
decirles qué deben votar en la segunda vuelta. Esos franceses son una fuerza
que no tendrá Macron como presidente. Él solo es la alternativa a Le
Pen, una alternativa vacua, cuya imagen se diluye por momentos. El domingo se
le votará por eso. Heredará de Hollande su cargo y su inanidad. También
heredará la perfecta impotencia para afrontar los problemas reales de Francia y
Europa. Y estos, como su fiel reflejo que es la fuerza que hoy simboliza Le
Pen, seguirán imparables en aumento.
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