LIU XIAOBO, CARDET Y NOSOTROS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
14.07.17
El comunismo es una empresa asesina reiterada desde hace un
siglo
MURIÓ ayer bajo vigilancia policial. Al final lo mató el
gran monstruo. El peor y más terrible Leviatán. Un estado implacable que
gobierna, controla y castiga a 1.400 millones de seres humanos, se había
obsesionado con castigarle a él. A Liu Xiaobo, un hombre frágil, un simple
escritor. Pero en el que el poder comunista adivinaba toda la fuerza del
espíritu capaz de surgir del ser humano. Y toda la valentía imaginable en la
persona para defender la verdad. En la peor noche del terror. En la soledad más
absoluta del encierro y la incomunicación. Lo encarceló y lo hizo desaparecer
para sus compatriotas. Después de firmar la Carta 2008 que demandaba derechos
civiles y humanos para los chinos, su suerte estaba echada. Le condenaron en
2009 a once años de prisión por «incitar a la subversión contra el Estado».
Pese a sus contactos occidentales el tratamiento al preso fue desde un
principio atroz. El aparato represivo chino extremó su crueldad con él. Hasta
el final. No pudo tener siquiera algo de intimidad con su querida mujer Liu
Xia. Ni horas de libertad porque años de maltrato, de comidas de espanto y
falta de tratamiento de sus problemas de salud habían traído consigo un cáncer
que lo devoró sin que permitieran tratarlo hasta que fue tarde. Como no había
podido ir a recoger su Premio Nobel de la Paz en 2010, no pudieron siquiera
sacarle esta semana a Occidente, donde se intentaba organizar con urgencia un
tratamiento a la desesperada del cáncer de estómago que lo ha matado.
Liu Xiaobo comenzó como un combativo escritor y disidente
intelectual pero evolucionó hacia un Ghandi chino con una empatía, comprensión
y amor al enemigo y rechazo al odio propias de un santo cristiano. «No tengo
enemigos, no conozco el odio. Ninguno de los policías que me vigiló, me arrestó
y me interrogó, ninguno de los fiscales que me acusó, y ninguno de los jueces
que me juzgaron son mis enemigos». Este frágil escritor, doctor en Literatura,
fundador del PEN independiente, que aseguraba desde prisión que «espero poder
hacer frente a la hostilidad del régimen con mayor buena voluntad; y espero
poder disipar el odio con el amor», es el hombre que más miedo ha generado en
una cúpula comunista. Que aún veintiocho años después de Tiananmen tiene terror
a la libre opinión en la calle.
La cara amable de la China de la globalización tiene detrás
el siniestro rostro del aparato comunista que tantas veces, interesadamente,
olvida Occidente. Pervive allí la ideología que ha matado a Liu Xiaobo, la que
tortura ahora en Venezuela a centenares de presos y también en Cuba. Entre
ellos Eduardo Cardet, médico, líder del Movimiento Cristiano de Liberación y
sucesor de Oswaldo Payá asesinado por el régimen castrista. Cardet fue
homenajeado ayer en Madrid, en ausencia, con el Premio Paz y Cooperación a la
Libertad de Conciencia. Liu Xiaobo es el último mártir hasta hoy de la lucha
contra el comunismo. Van más de cien millones. En cada generación surgen
jóvenes que creen que el comunismo solo ha sido siempre un sangriento fracaso
porque aun no habían llegado ellos, los más preparados y listos, para
convertirlo en éxito. Y repiten así invariablemente los pasos y los crímenes
que creen necesarios y justificados para lograr su poder y su monstruoso
paraíso de la igualdad. Es una empresa asesina reiterada desde hace cien años.
Siempre con el mismo final. Que incomprensiblemente sigue recibiendo en las
democracias occidentales el trato de un proyecto político decente y no el
lógico, como siempre insistió Vaclav Havel, que equipare al comunismo con la
otra ideología asesina que es nazismo.
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