«DIE FACKEL» Y LA VERDAD INNEGOCIABLE
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 27.06.17
El mensaje al periodista no es distinto. Escribir con
honradez es ofender. Hoy más que nunca
CUANDO llega hoy en día un aviso de los juzgados de una
querella por supuestas injurias no se informa de quién es el ofendido. Se
recibe un burofax que contiene una citación, un número de expediente y una
contundente amenaza de que si no se comparece se dicta orden de detención para
ser convenientemente arrastrado ante la Justicia. Es una pena que esta
contundencia en la amenaza ante un incumplimiento así no la muestre el Estado
ante sus grandes enemigos. Pasa lo contrario. Si nos trataran como a los
cabecillas de la sedición en la Generalitat, tendrían que mandar con la citación
un cheque del ministro Cristóbal Montoro. Cuando llega una de esas querellas se
pregunta uno que quién será esta vez el ofendido. Suelen ser gentes de puño de
hierro y mandíbula de cristal. Alimañas atacando y damiselas atacadas. Gentes
que llaman a diario ladrones y asesinos a los gobernantes de España se ofenden
cuando se les recuerda que sus camaradas sí han sido asesinos y ladrones
siempre que han podido. La misma gente que te insulta y difama desde una
televisión o las redes pero considera insufrible toda respuesta. Saben bien que
algunos con nuestras convicciones y nuestro perfil no podemos sino perder ante
quienes parecen hoy cabalgar con el zeitgeist. La verdad hoy es menos defensa
que consuelo. Vivimos ahora y matonismo, mentira e ideologías pedestres y
brutales gozan de nuevo de momentos estelares.
A veces el ofendido resulta ser alguien como Gonzalo Boyé,
ese chileno que llegó a España, se subcontrató con ETA y vigiló a Emiliano Revilla durante 249 días de secuestro en condiciones inhumanas. La sentencia le
condenó a catorce años de los que cumplió muchos menos. En otros países habrían
sido treinta y los habría cumplido. Aquí salió y se hizo abogado estrella de la
izquierda y «experto» en LaSexta y publica una revista de basura contra las
instituciones, contra la religión católica y de abierta empatía con fuerzas
terroristas y totalitarias antioccidentales. Siempre en clave de humor, por
supuesto. Como Monzón, alias Wyoming. Siempre el mensaje venenoso disfrazado de
broma para que, si son denunciados por alguna vileza, los jueces le vean a todo
la parte graciosa. Si el juez no entendiera la inmensa gracia y el buen humor
correría el riesgo de ser calificado de facha o fracasado, por ejemplo en
LaSexta. Y se acabaría su carrera como la del juez Francisco Serrano, aquella
perfecta cabeza de caballo en la cama para todos los de la profesión. Métanse
con la ideología de género y del izquierdismo dominante y acaban en casa
haciendo punto.
El mensaje al periodista no es distinto. Escribir con
honradez es ofender. Hoy más que nunca. Y llega un burofax o te acosa la mafia
ideológica y buscan tu muerte civil. Por decir extravagancias. Como que los
cristianos merecen y no tienen en España los mismos derechos de protección que
los homosexuales. Que la cobardía del Gobierno es culpable de la descomposición
de ley y seguridad en España. Que si Blanquerna lo asaltan militantes de
izquierda estarían absueltos como Rita Maestre. Que las comunidades musulmanas
en Europa jamás muestran lealtad a quienes les han dado lo que no les negaron
los estados fallidos musulmanes. A Karl Kraus, no recuerdo si era él quien
encuadernada las demandas, le puso en mayo de 1930 una de tantas uno de sus
muchos enemigos íntimos, el crítico Alfred Kerr. Le pedía 20.000 coronas por
haber recordado en un escrito unas actitudes vergonzosas suyas durante la
guerra que Kerr quería olvidar y hacer olvidar. Kraus contestó con once páginas
en Die Fackel tituladas «Conciliación» que destruían a Kerr bajo
una catarata de verdades. Kraus murió pobre. Pero nadie logró jamás que
retirara una verdad pronunciada.
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