LA SOBERBIA DE LOS EXQUISITOS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
23.06.17
La UE asume el mensaje propio de la izquierda intelectual de
pasadas décadas
UNA novedad irritante en el trato con norteamericanos en los
últimos tiempos está en la necesidad que muchos adversarios de Donald Trump
sienten de presentarse de inmediato como tales. Habitualmente con algún
comentario de burla o desprecio hacia su presidente. Parece poco elegante,
mucho más cuando lo hacen fuera de EE.UU. Pero cuando se lo he comentado a
alguno me ha dicho que, para poco elegante, el presidente. Y tampoco le falta
razón. Pero la cuestión no está en el insulto a Trump, que es fácil y ya son
muchos los que viven de ello. La identificación inmediata tiene por objeto
dejar claro que se pertenece al «bando correcto» y que, aunque norteamericano,
no se es de esos que votan a ese. Sino de los buenos, exquisitos, que le
desprecian. Se veía bien en un foro, espléndidamente organizado por la
Fundación Stavros Niarchos al sur de Atenas en el colosal complejo cultural,
creado por Renzo Piano. La conferencia se centraba en el permanente aumento de
la polarización en Occidente. Que atribuiría más a esa arrogancia y
superioridad moral propia de la socialdemocracia de todo signo que a la
radicalización de los despreciados. La expresión más elocuente de la misma
estaba en esos norteamericanos izquierdistas que necesitan despreciar a su
presidente y a la mitad de sus compatriotas para sentirse mejor.
En 2016, los medios que formaban el «frente clintoniano»,
casi todos, advertían que, tras su seguro revés, Trump no reconocería la
derrota y sus partidarios recurrirían a la violencia. Luego sucedió todo lo
contrario. Fue Hillary la incapaz de admitir la derrota, sus partidarios
recurrieron a la violencia y aun hoy buscan excusas a la derrota en
conspiraciones. Y a los medios nada preocupa la ruptura total del principio de
contradicción. Es la soberbia de los exquisitos. Una soberbia elitista que
cultivan los partidos tradicionales y la propia UE para descalificar y
despreciar toda opinión o conducta discrepante. En vez de atender los miedos
legítimos y las inquietudes, se recurre a la manida práctica de tachar de
fascista y ultraderechista toda crítica a las verdades oficiales. En realidad,
la UE asume el mensaje propio de la izquierda intelectual de pasadas décadas,
cuyo gurú es Noam Chomsky. Que establece que gran parte del electorado es
manipulable, ignorante, egoísta e irracional. Que por eso no entienden las
virtudes de su proyecto global. Y hay que corregirle la opinión. Así se trató
al votante de Trump y a todos los de la real o supuesta ultraderecha en Europa.
Merkel es la más eficaz en intimidar toda crítica y descalificar como neonazi
la que persista. Con la colaboración de los medios que –con una unanimidad que
en Alemania asusta– oculta los problemas y descalifica a quienes los denuncian.
Como dice en su librito «Revolting!» Mike Hume, uno de esos raros periodistas
críticos, se ha impedido por sistema todo debate desde la UE. Y se interviene
masivamente para influir sobre los electorados. Con amenazas desde Bruselas si
es necesario como en las presidenciales de Austria o en Holanda. Coincide con
un estudio de la antropóloga Maryon McDonald: «es cada vez más difícil criticar
a la UE sin ser considerado un lunático de extrema derecha, fascista, racista o
nacionalista». Toda opción alternativa, sea de gobiernos o de fuerzas
electorales, es condenada y sus defensores amenazados. Esta vocación elitista
con la carga dogmática de la ideología de género y la corrección política
rampante forman una combinación tóxica para la libertad. En ese Premio Príncipe
de Asturias a la Convivencia a la Unión Europea no habría estado mal recordar
las virtudes del debate abierto y de la verdad frente a la ideología. Porque no
habrá tiempo ilimitado para la enmienda.
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