EL RAYO EN EL KINDERGARTEN
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 20.06.17
Ya está prohibido decir cosas que sabemos ciertas
EN este mundo de apariencias armoniosas, alegrías
artificiales socialmente obligadas y ocultación del dolor y de la muerte real, en
el que solo se ve morir en el plasma –de broma o muy lejos–, la muerte de un
torero en la plaza es como la caída de un rayo cargado de verdad. Que conmueve
a este mundo infantilizado porque abre por un instante la puerta blindada entre
nuestro circo cotidiano y el Más Allá. Con pocos sucesos toma conciencia el
público de la inmediatez de la muerte como con la tragedia de Pozoblanco con
Paquirri, después con Víctor Barrio o ahora con Iván Fandiño. No hay verdad más
rotunda que la muerte. Y esa pone en perspectiva todas las demás. ¿Adónde
íbamos a ir a parar si se deja que el hombre retome conciencia trascendente?
Precisamente por eso odian la tauromaquia los más aguerridos jenízaros de esta
sociedad moderna del socialdemocratismo redentor y sus variantes radicales
toleradas. La odian tanto como al cristianismo. No solo porque la identifican
con España y son tan hispanófobos como cristianófobos o antitaurinos. Todo lo
que tenga verdad es un peligro para sus propias construcciones del dominio
blando con el pensamiento débil. Las dosis extremas de sentimientos fáciles son
anestesia perfecta para evitar la percepción de verdades duras y toda demanda
intelectual de las mismas. Así se convierte a la sociedad en un inmenso
kindergarten en el que se mete miedo para fomentar el consumo de los consuelos
pertinentes. Las verdades de la realidad humana, presentes durante siglos cuando no milenios, se sustituyen con ocurrencias y
pasatiempos. Con efectos devastadores. Porque se impide la reacción eficaz ante
amenazas que se agravan mientras se niegan. Eso sí, se inventan otras para la
buena conciencia de una sociedad que consume mucha alfalfa ideológica y ninguna
verdad, como los cerdos de Ceaucescu, serrín en vez de pienso.
Las sociedades occidentales avanzan dramáticamente por la
senda de la idiotización gregaria con una cada vez más virulenta hostilidad al
discrepante. Que por serlo es malvado. Hace unos días en un debate televisivo
sobre el calentamiento global, un participante quiso recordar variaciones
climáticas extremas del pasado. Nada más sugerirlo recibió la amenaza: «Ni se
te ocurra ir por ese camino». Y se calló. A diario los medios de comunicación
dan decenas de ejemplos de cómo modificar la realidad para adecuarla a la
ideología dominante. Con una procacidad y buena conciencia propia de los
totalitarios clásicos. La práctica de ocultar delitos, incidentes, conflictos y
todo tipo de noticias protagonizadas por inmigrantes es ya general. Hay
realidades terribles ocultas y verdades prohibidas porque publicarlas favorecería
al racismo, dicen. Pero así favorecen la impunidad. Y su repetición y su
multiplicación. En España la deriva separatista amenaza la propia existencia de
la nación. Pero durante años denunciarlo equivalía a proclamarse
ultraderechista. En las universidades ya solo hablan los más radicales del
mantra ideológico del kindergarten. Se descarta todo discurso que altere los
ánimos y rompa la conformidad. Todo lo genuino es peligroso. En el kindergarten
está ya terminantemente prohibido decir cosas que todos sabemos ciertas. Como
que donde caben diez puede que no quepan mil. Como que no todas las culturas
son iguales. Prohibido decir verdades. Bajo castigo, no de cara a la pared sino
de muerte civil. Para evitarla, consúmanse potitos obligatorios de ecologismo,
de emoción solidaria y laicidad ternurista, sopitas de animalismo y pastillas
de antifascismo que es el fascismo que hace sentirse bien. Y, sobre todo, nada
de épica, del abismo de la muerte, nada de toros, nada de Dios y nada de
gloria, densos purés de igualitarismo, el mayor enemigo del hombre libre, la
mejor arma del totalitarismo.
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