HONOR Y MALENTENDIDOS
Por
HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 15.09.17
Es terrible la impresión de que el Gobierno teme más la ley
que los golpistas
EL ministro de Su Majestad británica Duff Cooper dimitía el
3 de octubre de 1938 en sesión del Parlamento de Westminster porque no podía
soportar la vergüenza de compartir gabinete con un Neville Chamberlain que
acababa de entregar una parte de Checoslovaquia, los Sudetes, a Hitler. Dijo
Duff Cooper que, seguro como estaba de que las cesiones no apaciguarían a
Hitler sino que acercarían aun más la guerra, él al menos quería salvar el
único bien que apreciaba, que era poder andar con la cabeza alta. Sin
malentendidos. Algunos aplaudieron a Duff Cooper su gallardía pero la mayoría
la consideró una extravagancia más propia de Winston Churchill. Marginado y
ridiculizado como agorero, belicista y extremista, Churchill ahogaba sus penas
en su casa de Chartwell en las afueras de Londres. El 1 de octubre lo pasó con
el joven periodista Guy Burgess –que pasaría a la historia como uno de los
cinco espías de Cambridge–. Los dos sabían que no cumplir la ley era la muerte
para la paz. Cumplir la ley era respetar y defender las fronteras de
Checoslovaquia. El triunfante Chamberlain ya había pisado suelo británico y
lanzado aquel lema que pronto sería sórdido sarcasmo de «tendremos paz mientras
vivamos». Churchill y Burgess entendían que ninguna concesión evitaba la
siguiente. Que el apaciguamiento solo elevaba el coste de la guerra. Que con
los Sudetes, Londres había entregado a Hitler un pedazo de tierra propia. La
guerra estaba servida.
En España la firmeza con la ley es la de Chamberlain. Muchos
creen en el compromiso para entregar parte de España a quienes revelan todos
los hábitos totalitarios. Con la mentira que enarbolan como bandera no pueden
sino crear un estado de injusticia y abuso. Muchos culpables ha tenido esta
terrible deriva que trae a España a la inaudita posición de creerse obligada a
explicar por qué se defiende de quienes quieren destruirla. De argumentar su
voluntad de supervivencia frente a quienes quieren desmembrarla, mutilarla,
destruirla. Una minoría fanatizada en muchos años de adoctrinamiento, similar a
la que desfiló por los Sudetes en 1938, pretende destruir España. Y encuentra
comprensión como Hitler en Westminster. Los españoles no parecen con la
presencia de ánimo suficiente para ver los efectos. De una limpieza política o
étnica. De agitadores pancatalanistas sembrando el terror en otras regiones
para anexionarlos al monstruo. También eso pasó en 1938. Los separatistas
cuentan con poderosos cómplices en una izquierda comunista y socialista radical
ansiosa de precipitar la voladura de la España constitucional. Para secuestrar
después sus trozos inermes y construir esos paraísos experimentales que siempre
concluyen en infierno. Aunque calibren y amaguen, desde Ada Colau a Pablo
Iglesias, todos son aliados objetivos de los enemigos de la unidad de la España
constitucional. ¿Quién defiende a España de este Munich totalitario? En
principio, el Gobierno que se dice firme y los fiscales que han dictado órdenes
también. Pero hay nubes negras de sospecha sobre los próximos días y los
posteriores al 1 de octubre. Da lo mismo el referéndum. Si no se sofoca el
golpe de Estado se reafirma en su pretensión y vocación de triunfo. Las
advertencias del gobierno a políticos, funcionarios y particulares de que
incurren en delito carecen de credibilidad si los cabecillas del golpe de
Estado actúan libremente y comparecen ante las cámaras y en mítines como
gobernantes legítimos. Cuando son ya delincuentes en rebelión. Da la terrible
impresión de que el Gobierno teme más la aplicación de la ley que los
sediciosos. Solo la implacable persecución de los máximos responsables del
mayor crimen político desde la Guerra Civil puede sacar a España de ese letal
malentendido.
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