MENDIGANDO GUERRAS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 05.09.17
No puede haber un estado agresivo y expansionista en el
noreste español
DICE Nikki R. Haley, la embajadora norteamericana ante las
Naciones Unidas, que el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un «está
mendigando una guerra». Pero nadie se la quiere dar. La guerra ha de ser
siempre la última razón, porque desde un principio entra en la lógica de lo
irreversible, que es la muerte. «Hay que aplicar», insistía ayer Haley, «todos
los medios diplomáticos antes de que sea demasiado tarde». Nadie sabe si no es
ya demasiado tarde. Porque el gordito diabólico ha corrido mucho con su juguete
favorito de las armas nucleares, y las tiene ya para causar multitud de muertes
en Corea del Sur. Y quizá también en otras partes más lejanas. Pronto podría
colocarle una bomba atómica en la cabeza a cualquiera, incluido por supuesto su
enemigo favorito. ¿Cómo se permitió que alguien como Kim Jong-un tenga
armamento nuclear? Como se llega a las situaciones extremas. Por falta de
iniciativa para evitarlas cuando aún no se han producido. Este escenario se
antojaba lejano para algunos. Pero ya está aquí. Ahora ya no hay aplazamiento
posible para todas las medidas internacionales concebibles para disuadir al
tirano norcoreano de seguir esta escalada hacia la guerra. Conscientes de que
la retórica militar por parte de EE.UU. no es creíble por la matanza
garantizada en ambas Coreas. Hay que intentar a toda costa evitar sangre,
porque si comienza a fluir, en Corea serían mares.
En España, en otras dimensiones, estamos ante un parecido
dilema con un gobierno regional que mendiga una guerra con la Nación para
justificar el fracaso de su delirante e inviable deriva separatista. Aquí
también hay otros culpables, además de los provocadores que quieren destruir
España y crear un estado disparatado, fundado sobre las mentiras más grotescas
y una voluntad tribal, dictatorial, agresiva y expansionista que extendería
rápidamente un conflicto violento por la península y fuera de ella. Si los
pasados gobiernos de España tienen una grave responsabilidad, es especial la
del actual, que asiste desde hace cuatro años con pasividad a un golpe de
Estado. Y nada ha hecho por deshacer el terrible engaño de los convencidos por
la Generalidad de que la destrucción de España es viable y además sin coste
alguno. En su afán por evitar todo conflicto con un poder ya abiertamente
delincuente, ha minimizado el problema y generado una nefasta sensación general
de impunidad en las autoridades sediciosas. Ahora, ya en la fase final, lo que
hace años pudo neutralizarse con un acto de autoridad, requerirá una operación
dolorosa, amplia y contundente. Con mucha energía para gestionar la frustración
resultante. Por lo que nadie puede excluir que el proceso de restablecimiento
de la ley tenga capítulos dramáticos.
Pero ya no hay margen de maniobra. Si el Estado no
restablece el orden constitucional y la ley en su Cataluña, España puede entrar
en un proceso de descomposición rápido, probablemente violento, y no solo por
su extremo nororiental. Esto no pueden tolerarlo los españoles porque
literalmente les va la vida en ello. Como el mundo no puede tolerar que un
demente totalitario que tortura a sus súbditos y asesina a sus familiares
someta con amenazas de aniquilación a los países vecinos. Cada situación en su
contexto ha llegado al punto en que exige una acción decisiva para frustrar los
planes del provocador fuera de la ley. El Gobierno de España tiene ante sí una
gravísima responsabilidad en la que sobra la retórica de colegiala de la
vicepresidenta. Oculte ella a Puigdemont lo que le plazca. Pero los españoles
tienen derecho a saber, en Cataluña y fuera de ella, cómo y cuándo se va a
acabar con la peor amenaza para su Nación, sus vidas y porvenir desde la Guerra
Civil.
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