LA DISCRIMINACIÓN IDEOLÓGICA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
01.09.17
El totalitarismo izquierdista exige una respuesta urgente en
todo Occidente
EL subjefe del grupo parlamentario del derechista
Alternative für Deutschland (AfD) dimitió de su cargo por comentarios en la red
tachados de racistas. En 12.000 paginas de chats se encontraron pasajes de 2015
de los que se deduce desprecio racial y disposición a la violencia. Eso ha
bastado. Dimite de todo. Eso no le habría pasado aquí a un extremista. Siempre
que fuera de Podemos. Con esa militancia en España se puede planear, desear y
llamar al asesinato, al paseo, al estrangulamiento o empalamiento de los
políticos rivales y no pasa nada. Centenares de tuits con llamamientos a matar,
torturar o agredir a rivales políticos fueron publicados por la prensa
española. Eran de decenas de líderes comunistas de Podemos, incluida la plana
mayor, los llegados de Venezuela donde ahora se tortura y ejecuta
extraoficialmente a los discrepantes. Como en sus tuits. Siguieron en los
cargos. Siendo de Podemos se puede también asaltar a feligreses con amenazas de
muerte. Gratis. Mientras otros, con menos gritos y violencia, protestan contra
una política ilegal y separatista y se les condena y mete de inmediato en prisión.
¿Y ese trato tan dispar? ¿Por qué esa obscena y permanente doble vara de medir?
El Tribunal Supremo dice que en Blanquerna hubo el agravante de «discriminación
ideológica». ¿No la había en el asalto de Rita Maestre? Donde más
discriminación ideológica parece haber siempre es en esas sentencias.
La «narrativa de la izquierda» ha alcanzado ya tal hegemonía
y desprecio a la pluralidad y la ley que hace difícil la resistencia. Hacer
frente al rodillo totalitario y significarse es una temeridad que se paga caro.
En este sentido, en EEUU hemos asistido a un esperpento. Una manifestación
legal de la derecha a la que se unieron grupos de extrema derecha fue asaltada
en Charlotteville por una contramanifestación no legal de la extrema izquierda.
Si los derechistas llevaban banderas y palos, los «antifascistas», encapuchados
y con cascos, portaban barras de hierro, cuchillos y porras. La extrema
izquierda ha tomado el campus de muchas universidades. Las palizas a todo
sospechoso de no ser suficientemente progresista son continuas y van en
aumento. Los profesores no militantes viven aterrados. Las estatuas de Colón
son derribadas con las de otros héroes de la historia de América. Se dispara el
odio a la civilización occidental. Eso es parte del legado envenenado de un
Obama que fraccionó la sociedad como nadie desde la Guerra de Secesión. El
presidente Trump se esforzó por lo contrario. Condenó la violencia de ambas
partes. Pues la justa equiparación de Trump entre nazis y comunistas provocó
una oleada de indignación hipócrita a la que se unieron hasta necios del
republicanismo centrista. De esa derecha cobarde que se asusta cuando puede
ganar a la izquierda. España sabe mucho de eso. Aquí la derecha ha asumido el
espacio con lo peor de la izquierda, por lo que esta se ha ido al extremismo
comunista y antiespañol, donde pedros y pablos se mezclan con separatistas
catalanes desbocados y los sabinos y etarras vascos en espera. Huérfanos han
quedado los españoles que votaron por abrumadora mayoría a una derecha con un
mandato –hoy ya traicionado– para una reconstrucción bajo una idea nacional de
libertad, ley, racionalidad y orden, capaz de enmendar los graves errores de
las pasadas décadas y reconstruir un Estado viable basado en la ley y la
igualdad. La reacción contra el totalitarismo izquierdista bajo el manto
socialdemócrata ya está en marcha en muchos países. Aquí, donde ese
totalitarismo reúne a todos los enemigos de España, hay tantos motivos para esa
reacción liberadora como en cualquier país occidental. Pero mucha más urgencia.
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