UNA CAMADA CON SUERTE
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo,
24.09.17
Ni Serrat ni Marsé han sido combativos contra lo que se veía
venir. Zweig tampoco
«ESTOY recibiendo muchas cartas airadas de todo el mundo por
la quema de mis libros hoy en Berlín. Llegan de Holanda, Francia, Inglaterra…
nadie puede concebir que después de 400 años vuelvan a quemarse libros…», le
escribía Stefan Zweig a su amigo Alois Mora el 10 de mayo. Lo hacía desde
Salzburgo, ciudad austriaca en la frontera con la Alemania hitleriana. «Hoy
todavía podemos decir con orgullo que eso no habría sido posible en Austria».
Todavía. La situación iba a peor. Un mes más tarde confesaba a su amigo Andreas
Latschke: «Mi situación es mala, peor de lo que me atrevo a dictar. Aquí ya no
se puede vivir, no se puede decir ni una palabra a nadie porque todo es
nacionalsocialista. Ni los amigos cercanos son ya seguros. Aquí se ahoga uno
entre enemigos y espías…». Zweig no cumplía ningún requisito para ser buen
nacionalsocialista. Y lo que se exigía en el Salzburgo obnubilado por el
milagro alemán era eso. Aquellos austriacos solo pensaban en que «todos somos
de los països germanos». La llamada de la tribu. La de entonces y la de ahora,
la que se oye en coro entonada por jóvenes camadas de odiadores salidos de
colegios y universidades del adoctrinamiento y la mentira.
«Joan Manuel Serrat eres la vergüenza de Cataluña. No
mereces ser catalán con las barbaridades que dices. En el nuevo país no te
queremos por demagogo». Gloria Nicolau Figuera se lo dice tal como lo siente a
Serrat. Que se vaya. Que no hay sitio en el nuevo país más que para buenos
catalanes que piensan todos igual. La niña no tiene la culpa. La tienen los
canallas que la adoctrinaron y los cobardes que desde lejos, desde Madrid, lo
permitieron. A Juan Marsé aún no le han quemado los libros. Quizás solo porque
las televisiones que agitan las bajas pasiones aun no creen llegado el momento
de ese golpe escénico del Fahrenheit 451 para los programas que ponen al rojo
vivo. Ellos dirán cuándo. De momento se rompen los libros y se escriben
insultos a Marsé en las tapas y hojas arrancadas. Otro mal catalán. Ni Serrat
ni Marsé han sido combativos contra lo que se veía venir. Zweig tampoco. No
pensaba que fuera posible algo así en una sociedad tan culta y sofisticada, en
ese oasis de sensibilidad.
Hay una gran diferencia entre aquellos camisas pardas que
quemaban los libros de Zweig y las camadas totalitarias que ahora quieren
acabar con todo lo español en Cataluña. Estas de hoy tienen la inmensa suerte
de que no pueden ganar. Si lo hicieran, aunque solo fuera por unos años,
tendrían tiempo para hacer cosas de las que arrepentirse durante muchas vidas.
Como pasó a los de la hoguera del 10 de mayo de 1933 en el Opernplatz. Poco
después estaban alistados a una guerra criminal por hacer buenos alemanes a los
vecinos que hablaban parecido a ellos. Mientras a los malos alemanes los
mataban en casa.
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