JUNCKER, EL FARAÓN SUICIDA
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Domingo, 17.09.17
Está en marcha la rebelión contra su despotismo europeísta
SI no nos tuviera acostumbrados a verle besar la calva a sus
interlocutores, tirar de la corbata a dignatarios extranjeros o regañar a
camareros porque se olvidan de su copa, habría cundido el pánico ante los
planes de reforma de la UE expuestos hace unos días por el presidente de la
Comisión Europea, Jean Claude Juncker. Porque es todo un arrebato de
«soluciones imaginativas», como llamaba Javier Pradera a las ocurrencias
suicidas. Parece un plan para convocar una larga cola de países candidatos del
EXIT que sigan al Reino Unido. En descargo del viejo presidente hay que
recordar que vive en un mundo especial del privilegio público y privado.
Juncker es un europeísta en una burbuja que nada tiene ya que ver con Europa.
Sino con una inmensa oficina de empleados privilegiados, sobrevalorados e
hiperremunerados, cuyo máximo celo y vocación están en preservar y aumentar esa
oficina que preside Juncker y que financian todos los pobres europeos cada vez
menos europeístas.
En realidad es un escándalo pero a nadie puede extrañar que
entre las propuestas de Juncker una de las primeras fuera pedir más dinero de
los países miembros para el aparato de la Unión Europea, con su comisión, su
parlamento y su ingente, desbordante, insaciable y expansiva burocracia. Es una
fábrica de injerencias en las naciones y los individuos y ha creado un monstruo
regulatorio y controlador que hace cada vez menos libres y más pobres a los
europeos que pagan. Pero Juncker quiere más. Como no fue suficiente el desastre
de mantener a Grecia dentro del euro y la crónica precariedad resultante que
solo disimula un BCE con la máquina de trucos de Mario Draghi, Juncker propone
la ampliación del euro a todos los 27 países miembros de la UE. A compartir
todos las miserias de todos, incluidas economías como las de Rumanía y
Bulgaria. Con el endeudamiento de tantos. Además quiere un ministro de finanzas
para que no le molesten intereses nacionales.
También quiere expandir el espacio de Schengen a los 27 para
que desaparezcan los pocos controles que hay cuando realmente comienza la lucha
contra el islamismo radical en todo el continente. Juncker quiere más dinero y
más poder para la Comisión. Quiere más dinero para la UE pero también para el
Estado de bienestar de los miembros y, ¡por supuesto! para la inmigración
porque debemos ser generosos. E imponer por la fuerza a países que se resisten
dicha inmigración para transformar sus sociedades nacionales en su composición
étnica, cultural y religiosa. Todo el que no apruebe sus propuestas, será
tachado por Juncker de antieuropeo y sospechoso de ultraderechismo. Prietas las
filas, nos dice. Que ya llegará él a montar un cambalache con Alemania y
Francia para perpetuar el engaño. Pero el engañado es él, Juncker. Está en
marcha la rebelión contra ese europeísmo del despotismo menos ilustrado que
cínico que representa hoy el presidente de la Comisión con sus faraónicos
planes de hundir Europa brindando con champán.
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