ESTE ES MI BARRIO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo,
18.03.18
Lavapiés es el futuro si no se impone la ley en Europa y sus
fronteras
TÚ vete a tu casa, que esto no es tu problema», le
interrumpe en castellano bastante fluido un joven negro a un anciano blanco que
intenta explicar ante las cámaras que él era un testigo. «Sí, yo lo he visto
todo», decía. «¡Que te vayas a tu casa!». Con contundente tuteo el joven
extranjero intenta callar al viejo y le conmina a irse: «Tú a tu casa». Le
insiste en que no es asunto suyo y en que no hable a las cámaras, cuando el
viejo madrileño se gira hacia él y le alza la voz: «Esta es mi calle, este es
mi barrio». Es la airada protesta del octogenario desgarrado y sorprendido por
tener que expresar una obviedad que él mismo ya pone en duda. «Esta es mi
calle, este es mi barrio». ¿Seguro? El joven africano desde luego piensa que
no. Le ordena que se calle y se vaya a casa. Manda él.
Había más testigos que aclaraban que el joven inmigrante se
desplomó el jueves por causas naturales, sin que nadie lo acosara. Y que murió
pese a los intentos de salvarle la vida de policías municipales. Pero la
trágica muerte natural no interesaba ni a la mafia de los inmigrantes ilegales
organizados como manteros, ni a los antisistema del barrio ni a los comunistas
que gobiernan el Ayuntamiento gracias al PSOE. Ni a los peores agitadores, los
medios de comunicación con las televisiones difundiendo el bulo del asesinato
policial y simpatía por la violencia inmigrante. La Sexta por supuesto. Y la
Cuatro y TVE compitiendo en la náusea mentirosa. Todos querían culpar a la
Policía para pasear el fantasma del racismo tan útil para su movilización y la
intimidación del discrepante. Como la homofobia o la islamofobia o el fascismo
o Franco, los mecanismos de agitación de esta izquierda envilecida y fracasada
que no tiene modelo económico salvo la miseria ni proyecto social ni ilusión
salvo el resentimiento y la envidia.
Lavapiés, barrio de la parte vieja de Madrid de mayor
concentración de inmigración ilegal como también de la llamada «cultura
alternativa», mera subcultura antisistema con su culto a la marginalidad, a la
transgresión y al delito justificado como acción política. Allí viven muchos
ancianos blancos a los que callan la boca a diario jóvenes blancos y negros.
Muchos países ya aplican formas de autodefensa ante la gran amenaza generada
por pasados errores. Se aplicó en Europa el antiautoritarismo a poblaciones
procedentes del Tercer Mundo llegadas con su voluntad de imposición intacta. Y
se han creado bolsas de enemigos incondicionales en el corazón de las ciudades,
primitivas y además ideologizadas por el islam y la extrema izquierda. Sin
voluntad de las sociedades occidentales de cumplir la ley y hacerla cumplir,
empezando por las fronteras, toda Europa será pronto el Lavapiés que perdió el
viejo madrileño, impotente ante la impertinencia del intruso, incapaz de
defender lo que fue suyo.
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