LA BONDAD EXCESIVA
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Lunes, 05.03.18
«Lo que pasa en los comedores de Essen es una fiel
representación de lo que sucede en el país. Que los alemanes más débiles son
gravemente perjudicados por la masiva presencia de refugiados e inmigrantes
ilegales en todos los servicios públicos»
LA ciudad de Essen, en la cuenca del Ruhr, fue una de las
cunas de la minería y de la industria pesada de Alemania. Allí comenzó el
ascenso del poderío industrial alemán. La familia Krupp, que en 1826 tenía un
pequeño taller de fundición, poseía en 1885 la siderurgia más grande del mundo,
con 19.000 obreros. El pueblito Essen había sido fundado por monjes en el siglo
IX sobre un gran mar de carbón. Eso lo convertiría mil años después en una
próspera y orgullosa urbe alemana. Aquella ciudad ya no existe. Los bombardeos
sobre este objetivo industrial culminaron en una terrible tormenta de fuego el
11 de marzo de 1945, cuando ya no había industria que destruir ni enemigo que
derrotar. Como Dresden, Essen quedó reducida a escombros en el 94% de su
superficie urbana. Emergió de sus cenizas gracias a sus mujeres. En cuanto
dejaron de caer bombas, salieron de sótanos y refugios y se volcaron a limpiar
ladrillos para reutilizarlos en la reconstrucción. Las «mujeres de los
escombros», «trümmerfrauen», eran la única fuerza laboral en ciudades sin
hombres, todos ellos lejos, en cautividad o bajo tierra. Compaginaban esa labor
legendaria de reconstrucción con la colecta de comida y su reparto para niños,
ancianos y tullidos, muchos de ellos llegados del este, alemanes que habían
perdido todo en su huida ante el ejército rojo. La labor social tiene larga
tradición allí en Essen.
SARA ROJO
En los años de expansión de posguerra trabajaron allí muchos
miles de españoles, que siempre gozaron de excelente reputación. También había
muchos italianos. Y turcos. El problema de la integración no existía. Los
inmigrantes se adaptaban a la sociedad anfitriona. Nadie cuestionaba el deber
de hacerlo. Hacia 1995, la siderurgia y el carbón de Essen eran ya historia. La
Alemania reunificada dejó de ser el paraíso social que había sido la Alemania
occidental. El Estado dejó de cubrir las necesidades de los más débiles. En
Essen, la reacción fue una vez más de las mujeres. La asociación de mujeres
católicas fundó la «Essener Tafel» (la «Mesa de Essen»). Para dar comidas a
ancianos, parados, inmigrantes, madres con niños, drogadictos y otros
ciudadanos a los que no llegaba el subsidio. Con un registro que da derecho a
comedor y a alimentos para llevar a casa. Todo necesitado ha sido siempre
bienvenido en la «Mesa de Essen», referencia moral y de eficacia en la red de
comedores sociales de Alemania.
Y de repente estalla la bomba. Con el anuncio hace unos días
de que, durante un periodo indefinido, la «Essener Tafel» solo admitirá a
ciudadanos alemanes como nuevos ingresos en el registro. ¡Horror, terror y
pavor! Seleccionar a los necesitados por origen, se dijo enseguida, es una
monstruosidad, una actitud «racista». La noticia se extendió por medios y redes
y comenzaron a llover las condenas y los gestos y frases de airada indignación.
Todos se han puesto a opinar. Y si en Alemania se habla de racismo, se habla de
nazismo. De repente los medios habían convertido al comedor social en una cueva
de nazis. Nada calma la sagrada ira de los biempensantes. Aunque el 75% de los
usuarios habituales registrados sean extranjeros. Aunque se sigan repartiendo
todos los días cientos de comidas a refugiados e inmigrantes, legales e
ilegales. Gentes que no conocían el comedor y que jamás han ayudado ni donado
nada, llaman nazis a voluntarios que llevan lustros entregados al comedor
social donde, sin remuneración ni compensación alguna, bregan a diario con
individuos en situaciones extremas. Sobre todo con grupos de inmigrantes que no
hablan la lengua. Que creen tener que disputar la comida a los demás como en
campos de refugiados del Tercer Mundo o en países sin ley. La clase política y
los medios, desde su proverbial superioridad moral, son indiferentes ante la
realidad. La ideología manda y todos condenan a la asociación católica que
dirige el comedor por su «discriminación racial». Son los mismos que son
partidarios de otras discriminaciones positivas. Pero han de ser contra el
europeo, contra el blanco. Ya hay quien habla de imputar al comedor por
«racismo».
La «Essener Tafel» ha explicado bien la situación. De un par
de años a esta parte, los refugiados han tomado los comedores. Los usuarios
alemanes habituales, madres solas con hijos pequeños, enfermos y ancianos,
comenzaron hace tiempo ya a retraerse. Cada vez acudían menos. Hasta casi
desaparecer de los comedores y el reparto. No porque no tengan necesidades. No
porque no tengan hambre. Porque tienen miedo. Porque se sienten arrollados e
intimidados por jóvenes árabes y africanos. Los directivos del comedor
constataron que mujeres, niños, parados y ancianos alemanes prefieren pasar
privaciones que disputarse espacio y comida con los inmigrantes. Por eso se
pensó que un registro exclusivo de alemanes durante un tiempo restablecería el
equilibrio y los alemanes más vulnerables se atreverían a retornar.
Se han esforzado en explicarlo. Pero eso es casi más
peligroso que el hecho en sí. Porque lo que pasa en los comedores de Essen es
una fiel representación de lo que sucede en todo el país. Y lo expone
dramáticamente. Que los alemanes más débiles son gravemente perjudicados por la
masiva presencia de refugiados e inmigrantes ilegales en todos los servicios y
espacios públicos. La «Essener Tafel» apunta así a un terrible dilema nacional
que los políticos intentan ocultar a toda costa desde aquel 4 de septiembre de
2015 en que Angela Merkel decidió saltarse todas las reglas, leyes y acuerdos
europeos y abrir de par en par y sin control las fronteras de Alemania. Muchos
lo celebraron como el acto de mayor generosidad y humanitarismo jamás hecho por
un jefe de gobierno en Europa. Gran parte de la sociedad alemana se sintió
orgullosa de aquella decisión de la canciller. Pero todo ha cambiado. Quienes
salieron felices a recibir a los refugiados, hoy están decepcionados, agotados
y enfadados por las privaciones y dificultades generadas. Se ha impuesto en
Alemania el cansancio humanitario. Por el deterioro de los servicios, el
rechazo a la integración de muchos llegados, la inseguridad, el aumento de los
delitos sexuales. Por la sistemática disposición al abuso, por el abismo
cultural que los separa de la sociedad alemana.
Merkel, los políticos y los medios aseguraron a los alemanes
que la integración sería posible y los inconvenientes superables. Les
mintieron. La frustración se refleja en el terremoto que ha sacudido el
escenario político alemán. Los votantes contrarios a la inmigración comenzaron
a integrarse en el partido Alternativa por Alemania (AfD). Ya es el segundo partido
del país, por delante del SPD, según los sondeos. Eso pese al acoso
inmisericorde del resto de partidos y la muy militante hostilidad de los medios
que lo estigmatizan como nazi una y otra vez. La «Mesa de Essen», dirigida por
Jörg Sartor, muchos años dirigente del SPD, recibe cada vez más apoyos de la
sociedad. Frente a las críticas de políticos y medios de izquierdas, cuya
actitud genera cada vez mayor hartazgo. La polémica ha escalado con la
irrupción en ella de la protagonista de todo, Angela Merkel. La canciller ha
condenado la decisión del comedor de intentar proteger a sus usuarios alemanes
más débiles. Merkel, que tardó cerca de un año en recibir a los familiares de
los muertos en el atentado de un refugiado en un mercadillo navideño en Berlín,
ha sido veloz en criticar este mínimo gesto de autodefensa de la sociedad
alemana ante una presión masiva cuya responsabilidad recae toda en la propia
canciller. La falta de compasión de Angela Merkel con los más débiles del
comedor por el mero hecho de ser alemanes revela la fuerza de la ideología
culpabilizadora y antieuropea que ha impuesto la corrección política de esta
omnipresente socialdemocracia en estado avanzado de descomposición, medio siglo
después de la revolución cultural del 68. Es una prueba más de que urge una
gran enmienda frente a perversiones con claras tendencias suicidas. Se
multiplican los indicios, los muchos apoyos a los comedores de Essen son uno
más de que por fin está en marcha una reacción en las sociedades occidentales
ante tanto sinsentido.
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