LA REVUELTA CONSERVADORA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes,
24.07.18
El canciller Kurz hace triunfar a la derecha en Europa
EL problema del joven Sebastian Kurz era al principio de su
carrera que no había tenido ningún trabajo remunerado fuera de la política y
del Partido Popular de Austria (ÖVP). Hoy nadie se acuerda ya de que Kurz, el
canciller federal de Austria, que cumplirá el 27 de agosto los 32 años, dejó la
carrera de Derecho mucho antes de terminar. Hoy, Kurz es el líder de la derecha
en todo el espacio centroeuropeo, llega a Berlín con cuatro verdades sobre la
inmigración y hace temblar a la coalición de la canciller Angela Merkel, es el
interlocutor favorito del Grupo de Visegrado con su líder Viktor Orban y
también de Matteo Salvini, como en los Balcanes lo es de los países que pugnan
por entrar en la UE.
Kurz sabe mucho de inmigración, de lo que sucede de verdad
más allá de la propaganda del izquierdismo y de las tramas de traficantes y las
ONG. Fue secretario de Estado del Ministerio del Interior a los 23 años.
Volcado en elaborar estrategias ante la inmigración ilegal y los efectos
devastadores de los procesos llamados «multiculturales» que fraccionan la
sociedad y generan bolsas subvencionadas de enemigos del sistema.
En el 2013 pasó a ser el ministro de Asuntos Exteriores más
joven de Europa a los 25 años. Desde el que él personalmente orquestó la
cooperación para cerrar la ruta balcánica a la inmigración que amenazaba con
desestabilizar a toda Europa. Así ayudó a Alemania pero sobre todo se erigió en
líder de los países centroeuropeos y balcánicos. Se vio entonces que el joven
era un fuera de serie. Pero aún nadie podía imaginar la brillante operación
política personal que habría de idear, organizar y ejecutar. Con una jugada
maestra de osadía, agilidad y fuerza de convicción se abría paso cuatro años
después hasta el despacho en el Ballhausplatz, sede de la cancillería en Viena,
desde donde gobernaron Metternich, Dollfuss o Kreisky.
Los dos grandes partidos austriacos ÖVP y los socialistas
de SPÖ llevaban tres legislaturas de gran coalición. La población estaba harta,
todo se movía en una rutina mediocre del consenso socialdemócrata, con sus
cambalaches y repartos, su parálisis y corrupción. Solo crecía en Austria el
voto al FPÖ, el partido nacional liberal derechista que lideraba las encuestas
y sacaba 20 puntos a los dos antes grandes que languidecían por debajo del 20
por ciento. Con su popularidad creciente y coraje infinito, Kurz convenció a
los viejos dirigentes y barones de que le dejaran presentar una candidatura
personal apoyada por su partido. Accedieron. No tenían nada que perder. Y Kurz
se remangó, se presentó con un programa netamente de derechas, crítico con
Bruselas, pero europeísta. Ganó las elecciones y formó alianza con el
derechista FPÖ de Strache. Desde entonces están en marcha el desmantelamiento
del andamiaje político y cultural de medio siglo de izquierdismo europeo. Las
perversiones educativas, culturales y mediáticas socialdemócratas y
sesentaiochistas, el control subvencionado de toda la cultura y la hegemonía
izquierdista fruto de la penetración gramsciana en las sociedades democráticas,
no son una condena divina ni una realidad inmutable que haya que aceptar con
resignación, como ha hecho la vieja derecha democristiana y liberal durante más
de medio siglo. Hay otras soluciones. En muchos rincones en Europa han
comenzado a crearse amplias mayorías de una política que exige identidad y
nación, seguridad, justicia, sentido común frente a la peste ideológica del
izquierdismo. Es la revuelta conservadora europea. Demonizada por gobernantes y
el inmenso rodillo mediático de la hegemonía izquierdista en los países
occidentales. Pero también a ellos está llegando.
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