LAS VERDADES INMORALES
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes,
10.07.18
La libertad de expresión, pensamiento e investigación es un
lujo del pasado
DECIR en Alemania que la inmigración musulmana reciente ha
traído al país un antisemitismo brutal y un colapso de la seguridad para las
mujeres es decir una verdad que todos conocen. Pero es una verdad que una
persona de proyección pública no puede expresar sin consecuencias. Viene a ser
tan peligroso como afirmar en Madrid que la fiesta del orgullo gay, que se
aceptaba bien como celebración de un día y con perfecto respeto de todos hacia
los homosexuales, ahora que se prolonga diez días, es percibida como un
absoluto abuso y maltrato a la población de ciertos barrios y concluye en una
grosera apoteosis de procacidad y mal gusto. Tampoco ayuda a la reputación
social y mediática proclamar la verdad histórica de que el golpe de Estado del
general Franco fue el último de varios en la II República, la mayoría
orquestados por la izquierda. Y que no iba dirigido contra ninguna democracia
porque no la había ni contra un orden constitucional que no existía, sino
contra el terror y la amenaza bolchevique del ¡Viva Rusia! E impidió, entre
otras cosas, el exterminio del clero, la desaparición del patrimonio cultural
de la Iglesia y, más que probablemente, la primera dictadura estalinista en
Europa occidental.
Son verdades que quieren convertir en moralmente
inaceptables. En España se pretende hasta perseguirlas penalmente con una
vuelta de tuerca a esa aberración que es la Ley de Memoria histórica impuesta por revanchistas de la izquierda y acatada por cobardes de
la derecha. En el siglo XX se persiguió mucho la verdad en Europa. Con
frecuencia, a muerte. Ahora en España te quieren meter cuatro años a la cárcel,
inhabilitarte y arruinarte. Quieren que dé miedo decir la verdad. En eso está
ese personaje que ha demostrado su perfecta idoneidad para cualquier campaña
contra la verdad que es Pedro Sánchez. Ese que dijo que convocaría elecciones
enseguida y que RTVE quedaría bajo dirección neutral.
En Alemania, la escalada en el terror cultural que ejerce la
corrección política bate tristes marcas. Rolf Peter Sieferle, era un celebrado
académico, historiador volcado en fenómenos sociológicos y medioambientales,
profesor en varias universidades de Alemania y Suiza. Hasta que trató la
inmigración y escribió su libro Finis Germaniae. Tachado de nazi, marginado y
acosado, se suicidó en Heidelberg en septiembre de 2016. Escritores como Uwe
Tellkamp han pasado del altar a la picota al quejarse de efectos de la
inmigración. Hasta los grandes Peter Sloterdijk o Rüdiger Safranski son
objetivo de la jauría de guardianes de la corrección en los medios. Ahora está
en la picota otra vez Thilo Sarrazin en guerra con la editorial DVA del gigante
Bertelsmann. Sarrazin no es precisamente un friki. Fue el poderoso consejero de
Hacienda del gobierno de la ciudad de Berlín, dirigente del SPD y miembro de la
dirección del Bundesbank. Ha escandalizado con libros de opiniones
controvertidas pero ante todo de verdades que las almas exquisitas de la
corrección consideran inmorales. Es malo decir que las mujeres tienen miedo a
salir por los inmigrantes. Aunque las mujeres tengan miedo a salir por los
inmigrantes. Son verdades a reprimir para preservar la virtud del ciudadano. Su
anterior libro fue «Alemania se autoliquida». Vendió la friolera de millón y
medio de ejemplares con DVA. Pues esta editorial no le quiere publicar el ahora
escrito que se llama «Ocupación enemiga». Trata de cómo la inmigración musulmana
paraliza el progreso y amenaza a la sociedad. Pese al negocio seguro, la
editorial no se atreve. Las editoriales con el susto de muerte. Dice que «el
libro podría aumentar la actitud crítica hacia el islam en la sociedad
alemana». El pretexto moral para la censura es tan categórico que suena a
decreto vaticano renacentista.
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