PÁNICO EN EL NAUFRAGIO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Lunes, 06.08.18
La izquierda se asusta ante el colapso de su hegemonía
cultural
ULRICH Herbert es un muy reconocido historiador alemán, hoy
profesor en Friburgo. Ha recibido decenas de premios entre ellos los más
prestigiosos, como el Premio Leibniz que es algo así como el Non Plus Ultra de
la comunidad de investigación histórica. Pues hace unos meses una editorial
británica le ha dado calabazas al laureado historiador como si fuera un poeta
novel que intenta publicar su opera prima. La editorial Verso de Londres le
mandó una carta de británica cortesía en la que le comunicaba que, en contra de
lo acordado inicialmente, no publicaría su «Historia de Alemania en el siglo
XX», un libro celebrado y premiado por la crítica en Alemania. La editorial
decía haber concluido que los puntos de vista del historiador son incompatibles
con opiniones e intereses editoriales de la casa.
Pronto se hizo saber al historiador alemán lo que pasaba. El
libro es demasiado anticomunista. En el trato de la Revolución de Octubre, los
movimientos comunistas y la izquierda con su terrorismo, la editorial británica
veía una línea excesivamente crítica. Esto sucede cien años y cien millones de
muertos después de la revolución bolchevique. Es como pedir en España,
especialmente en estos días de dolor y asco, que por favor no se hable
demasiado mal de Santi Potros. Herbert no es de la escuela de Ernst Nolte y
otros investigadores que fueron más lejos hasta ver en el comunismo el impulso
real para todos los crímenes de las ideologías redentoras, comunismo, fascismo
y nazismo. Nolte, venerado historiador, desencadenaba así en 1986 la célebre
pelea de historiadores (Historikerstreit) en la que la izquierda dirigida por
Jürgen Habermas, se lanzó a la yugular de Nolte. Entonces se vio ya que el
neomarxismo había dejado de ser académicamente omnipotente.
Herbert es una gran autoridad en la historia del
nacionalsocialismo. Sus libros son referentes imprescindibles. En nada
sospechoso de revisionismo. Pero el anticomunismo es sospechoso todo él en las
elites europeas. Y la verdad no importa. Lo importante es el efecto político.
Inmersos en su burbuja de arrogancia y elitismo intelectual antinacional, están
en pánico por lo que pasa en Europa y EE.UU. Cada vez más sociedades y países
se rebelan contra una hegemonía cultural de dichas elites que llegó a no tener
fisuras. Que ha impuesto un relato tan mentiroso como los de antiguas
dictaduras. Y se persigue y reprime con represión, difamación y también leyes,
la de la Memoria Histórica en España en una vergüenza especial, cualquier
intención de defender verdades que no plazcan. Llaman fascista y nazi al
adversario de la peste leninista. Pero también al que se opone al rodillo de la
socialdemocracia que se ha revelado como el brazo amable del mismo proyecto
totalitario. Esa práctica del descrédito viene de lejos. Los emigrados que
llegaban a París huyendo del comunismo 1948 decían que declararte anticomunista
en Francia no te suponía la ejecución inmediata como en Polonia, Hungría o
Bulgaria, pero si la ejecución civil a cámara lenta. Ese «asesinato
reputacional» es práctica general del neomarxismo que educa a las elites en las
universidades occidentales y cuyo más patético símbolo sigue siendo Habermas.
Una expresión de la censura y vocación totalitaria está en las redes sociales.
Facebook y Twitter censuran con cualquier pretexto cuentas que defienden
posiciones conservadoras, liberales, de la derecha política y nacional. Jamás a
cuentas de la socialdemocracia ni a la izquierda, totalitaria, separatista,
violenta y antidemocrática. La editorial quería un libro de izquierdas de
Herbert para competir con cada vez más historia no marxista en el mercado. Es
un signo muy esperanzador. La propia izquierda sabe que solo le queda la
censura para defender una hegemonía cultural, vigente todo un siglo, que
naufraga.
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