UN GESTO LUMINOSO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
10.08.18
Algún día, decía Haro, la humanidad verá el aborto como hoy
los sacrificios humanos
CON pocas personas he tenido yo mayores diferencias
políticas, ideológicas y de carácter que con Eduardo Haro Tecglen. Recuerdo aun
aquel día en que llegó a mi recién estrenado despacho, para intentar
convencerme con humildad impostada de que en realidad pensaba igual que yo en
muchas cosas y quizás yo había entendido mal algunas de las más vitriólicas invectivas
que me había lanzado en años anteriores. Pretendía realmente perpetrar ese
sinsentido que es disculparse por desavenencias de opinión. Y lo hacía por
miedo. Intenté tranquilizarle. Le anime a seguir polemizando conmigo aunque yo
fuera el nuevo subdirector y jefe de Opinión. Le dije lo que quería oír: Que
nadie iba a cuestionar su columna diaria. Cuando, minutos después, le contaba
lo sucedido a quien conocía a Haro Tecglen como pocos, Javier Pradera, este me
dijo: «Desde que sabe de tu nombramiento está aterrado. Piensa que vas a hacer
con él lo que él haría contigo».
Y, sin embargo, con todo aquello que yo detestaba de Haro
Tecglen que era mucho y se mantuvo como su columna diaria, cuando le recuerdo
tantos años después de su muerte siempre evoco una revelación suya de profunda
calidad humana. Son unas pocas palabras redentoras que alteraron por completo
el juicio definitivo sobre él. Siempre que me hablan de Haro Tecglen, por lo
general de sus barrabasadas y su proverbial falsedad existencial, yo siempre
recuerdo su mejor faceta, una reflexión de nobleza y profundidad que ha quedado
en mi memoria como el gesto luminoso de un hombre por lo demás profundamente
desgraciado.
Las palabras de Haro Tecglen que homenajeo se referían al
aborto, a la interrupción provocada del embarazo. Se las oí más de una vez.
Decía Haro Tecglen que, en caso de que nuestra civilización siguiera avanzando,
llegaría con seguridad a un momento en que miraría hacia atrás con horror e
incomprensión, como hoy hace con los sacrificios humanos, el canibalismo, la
esclavitud o la tortura, al hecho de que en estos tiempos la humanidad más
avanzada considere asumible, aceptable y moralmente intachable matar a sus
propios hijos antes de nacer. Sin que esto implicara posición alguna sobre una
despenalización que sin duda aprobaba, auguraba que llegaría el día en que se
impusieran formas que hicieran impracticable esta monstruosidad que hoy se
pretende un derecho.
He recordado a Haro con las declaraciones del presidente del
gobierno Pedro Sánchez, siempre rebosante de desprecio para todo lo que le
viene grande. Ha descalificado al Senado argentino por votar contra la
liberalización del aborto. Displicente y sobrado, ha tachado esa decisión de un
parlamento como «un paso atrás». Los senadores argentinos, votaran una cosa y
otra habrán reflexionado más que este hombre plano. Y han votado en conciencia.
No se han sometido a la disciplina ideológica del zeitgeist que libera de toda
reflexión ulterior. La de quienes pretenden que el ser humano que crece en el
seno de su madre es un mero apéndice del cuerpo de la misma que puede cortarse
como una uña o un quiste. El encanallamiento progresivo de la sociedad
occidental, su infantilización hacia la irreflexión y la frivolización hacen
poco probable que se cumpla pronto la visión de Haro. Hoy te pueden encarcelar
por un puntapié a una gallina pero descuartizar o succionar fetos de 14 o más
semanas es un derecho inalienable. Sin embargo, pese a la colosal maquinaria
que nos repite que somos unos insectos, que el universo es un terrarium y que
solo nos queda la comodidad y el orgasmo como consuelo, hay muchos humanos
convencidos de que cada individuo es único y sagrado. Y de que esa matanza
permanente de tantos humanos indefensos ha de ser algún día evitable.
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