TODOS FACHAS MENOS MAMÁ
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 05.10.18
La supremacía cultural izquierdista pierde su arma capital:
el miedo
CON ese título, «Alles faschos ausser Mutti», se ríe el
historiador y politólogo Jan Gerber de toda la patulea de políticos y
periodistas de izquierdas y derechas que llaman fascista, facha y nazi a todo
el que no piensa como ellos. Dice que esa manía de llamar nazi y fascista a
todos los demás lleva a la izquierda a analizar la realidad sobre premisas
falsas y por tanto la induce permanentemente al error y a la derrota. Y eso que
Jan Gerber es un historiador marxista cuyos seguidores son precisamente quienes más cultivan esa extendida costumbre. Porque no vayan a creer Ustedes que es
exclusivamente española. Está muy extendida por el continente y la utilizan por
supuesto los comunistas, que inventaron el hábito y ya en los años veinte del
siglo pasado llamaban «socialfascistas» a sus hermanos socialistas que no
quisieron entrar en la III Internacional. Hoy lo utiliza hasta la canciller
Angela Merkel que se ha ido tanto hacia la izquierda que ya tiene a su derecha
a media Alemania.
Ahora se alarma porque esa mitad no le da ya un voto de
derechas a un partido, el suyo, la CDU, que se dice de derechas pero después
solo hace política de izquierdas. En cuanto ha surgido un partido de derechas
han comenzado a peregrinar hacia el mismo. Ese partido es el Alternativa por
Alemania al que por supuesto Merkel llama nazi y facha como lo hacen todos los
medios de comunicación alemanes que tienen una homogeneidad que recuerda a
tiempos peores. No, no se han vuelto nazis de golpe el 18% de los alemanes que
ya están decididos a votar a la AfD que ya es el segundo partido más votado, se
acerca a la CDU que sigue cayendo y ha dejado atrás al histórico SPD que
agoniza. Tampoco es nazi ni lo fue nunca el Partido Popular Suizo (SVP) que
lleva ya años en el poder con éxito y sentido común. Si leyeron la prensa
española cuando el SVP se convirtió en el partido más votado en Suiza creerían
que Heinrich Himmler había asumido el poder en Berna. Era mentira. Como tantas
cosas. Lo mismo ha pasado en Austria con el FPÖ y hasta con el canciller
Sebastian Kurz al que llaman ultraderechista por aliarse con el FPÖ y formar el
gobierno de más apoyo popular y más éxito en mucho tiempo. Hay hastío en toda
Europa ante esos insultos y amenazas ya de la Comisión Europea, políticos
izquierdistas, gobiernos con prepotentes en Berlín o París o la prensa europea
uniformada en la corrección política.
Desaparece ese miedo a ser calificado de ultraderechista
porque se ha dejado de aceptar el mantra socialdemócrata. Las mentiras son
evidentes. Las cartas están boca arriba. Tiene guasa que hubiera esta
angustiosa necesidad por desmentir que se es ultraderechista en un continente
en el que queda gente orgullosa de ser comunista, miembros de una secta
responsable de más de cien millones de muertos. En España es especialmente
grotesco, con el ultraderechista tachado de malvado y el ultraizquierdista en
todas las televisiones a dar clases de civismo y moral. Pues también en España,
en esta sociedad realmente cobarde que es la nuestra, se dan cuenta muchos de
que para ser realmente libre en el pensar, hablar y escribir hay que perder el
miedo a que te llamen facha o franquista. Ha sido la mordaza más eficaz para
implantar una permanente supremacía de la mentira desde hace muchas décadas.
Pero toca a su fin. Por eso están de los nervios tantísimos farsantes y
beneficiarios de los privilegios de la supremacía cultural y mediática
izquierdista en España. Porque se les acaba el chollo.
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