EL RAPTO DE UCRANIA
Por HERMANN TERTSCHABC Sábado, 30.11.13
Nadie se había percatado de la operación del ruso de robarle
al europeo la novia ucraniana. Ante sus mismas narices
La cumbre de Vilna ha dejado en muy clara evidencia de que
el secuestro de Ucrania por parte del presidente Vladimir Putin es un hecho
consumado. Que el presidente Víctor Yanukovich se ha plegado a lo que algunos
llaman con ironía «una amplia gama de argumentos y ofertas de Putin que el
presidente ucraniano no podía rechazar».
Nadie duda de que esas ofertas van desde garantías para su
fortuna personal hasta amenazas con aplicar a Ucrania represalias comerciales y
en el suministro energético. La UE sólo puede, de momento, llorar con mayor o
menor disimulo su impotencia. Increíble ha sido lo desprevenidos que ha cogido
a los europeos esta operación de Rusia, al más clásico estilo moscovita de
expansión hegemónica. El rechazo de Kiev a firmar el acuerdo de asociación con
la Unión Europea que se iba a producir en la cumbre de Vilna fue un jarro de
agua fría en Bruselas y las capitales occidentales. Nadie se había percatado de
la operación del ruso de robarle al europeo la novia ucraniana. Ante sus
mismísimas narices, días antes de la boda. Putin sale aquí de nuevo triunfante.
Y los europeos han tenido que escuchar en Vilna, estupefactos, cómo Yanukovich
les proponía un «ménage à trois», una mesa común en la que el presidente ruso
también tuviera voto y veto sobre los acuerdos entre la Unión Europea y
Ucrania. Aparte de exigir dinero y gas en condiciones que la UE ni puede ni
quiere conceder. La UE ha rechazado ese disparate. Pero la obscena oferta deja
claro lo lejos que ha llegado Putin en la limitación objetiva de la soberanía
de Ucrania.
Todo ello ha espantado a esa mitad de la población ucraniana
que no sólo es pro europea sino manifiestamente anti rusa y febrilmente anti
Putin. La involución política en Rusia genera entre ellos lógica alarma.
Ucrania se debate desde el medievo entre el este oscurantista y el oeste
ilustrado. Es aquella una tierra de fronteras como indica su viejo nombre
eslavo «U Krania», que significa «en la frontera». Fue zona militar de
protección de los eslavos del norte frente a los tártaros del sur, al igual que
la Krajina balcánica lo fue de los eslavos del sur frente a los turcos. Pero
allí mismo, en aquella frontera militar, tanto en Ucrania como en los Balcanes,
acabaría estableciéndose la gran frontera y sima cultural de Europa, el limes
entre Roma y Bizancio. Ucrania tiene por eso dos almas, una ortodoxa que miraba
a Constantinopla y mira a Moscú y la otra, católica, que mira hacia Roma,
Varsovia y Viena. Desde la independencia, las dos Ucranias luchan entre sí. Hay
que temer que la Ucrania del oscurantismo, hábilmente apadrinada por Putin, ha
ganado.
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