SNOWDENMANÍA TEUTONA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 05.11.13
El sentimentalismo teutón que nutre esta defensa de Snowden
no augura nada bueno
UN espía traidor
americano y una gran dosis de idealismo alemán, inoculada en vena a la sociedad
alborotada por unos medios tan populistas como irresponsables. Con eso se
organiza una campaña de histeria bondadosa y demagogia compasiva en el país más
fuerte y desarrollado de Europa, hasta hacer olvidar a políticos, medios y
organizaciones tanto sus responsabilidades como sus deberes contractuales, sus
pactos políticos y hasta sus intereses. Y movilizar un antiamericanismo que
tiene mucho peor aspecto que el que conocimos en los años ochenta del siglo
pasado con las campañas contra el rearme de la OTAN. Se escuchan tonos
antinorteamericanos que son de otras épocas. Que no proceden de la clásica
izquierda antiyanqui. Que está marcado por un resentimiento, un afán justiciero
y una superioridad moral que tienen un extraño eco de un pasado más lejano y
peor.
Lo que está
sucediendo en estos días en Alemania es la mejor prueba de que Estados Unidos
hace muy bien en espiar todo lo posible. Porque queda demostrado que sus socios
no son de fiar. Y alarmante es que el espectáculo lo monte una Alemania
gobernada por la democristiana Angela Merkel. Ni siquiera se da el consuelo de
que sea el arrebato neutralista de un presidente socialista francés. Tras seis
décadas de firme alianza entre Alemania y EE.UU, el Gobierno alemán tiene que
negar públicamente que vaya a otorgar asilo a un proscrito por alta traición de
Washington. Lo hace el Gobierno Merkel, porque una campaña masiva pide que se
proteja y acoja al fugitivo. Y se le otorguen máximos honores como campeón de
la verdad y la decencia. Eso al hoy enemigo número uno de su principal aliado.
Algo serio está
fallando cuando gran parte de la sociedad alemana se moviliza a favor de un
ladrón y traidor que ha robado millones de datos a la seguridad nacional
norteamericana y ha causado ya un infinito daño a la defensa y seguridad de
todos los aliados, incluida Alemania. Eduard Snowden pasará a la historia por
haber causado una catástrofe para la seguridad occidental. Y por no solucionar
ni uno solo de los males que decía combatir. Tampoco el de los abusos en el
espionaje. Que existen y existirán. Porque la tecnología abre todos los días
nuevos espacios y posibilidades que todos los servicios de información
utilizarán salvo que tengan enfrente tecnología suficiente para demostrarse que
incumplen pactos suscritos.
Luego, bienvenidos
sean los acuerdos entre aliados para crear espacios conjuntos de seguridad.
Pero nadie crea que alguien que puede en la práctica saber algo que incumba a
su seguridad, va a renunciar a saberlo. Cada uno se aplique. Con una
contrainteligencia eficaz. Eso es todo. Lo demás es moralina plañidera. De
países que espían con todos sus propios recursos sin renunciar a nada. Molestos
porque el otro tiene más. Se puede estar de acuerdo en que es una grosería por
parte de Barack Obama ordenar espiar a su aliada Angela Merkel. Pero a ver si
Merkel, Hollande o cualquier otro puede jurar que ha rechazado una información
secreta de seguridad que afecta a su país porque procede directamente de la
mesa de un jefe de Estado o de Gobierno extranjero.
La
reacción alemana es alarmante. El sentimentalismo teutón que nutre esta defensa
de Snowden como intrépido espía romántico contra el imperio no augura nada
bueno. Ayer se oyeron por primera vez voces firmes recordando lo que Alemania
debe y necesita al aliado atlántico. Algo tarde cuando algunos ya hablan de
EE.UU como «la fuerza de ocupación digital». Aquí no pierde confianza sólo
Europa. EE.UU también repensará su cooperación. Así, la snowdenmanía puede
convertirse en un harakiri teutón para toda la seguridad europea.
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