ERDOGAN EN APUROS
Por HERMANN TERTSCHABC Sábado, 28.12.13
Nadie quiere inestabilidad política en un aliado de la OTAN,
vecino de Siria e Irán. Pero los momentos de inestabilidad no se eligen
El Ejército está muy
desactivado, pero aún existe. Y también
están los «gulenistas»
Un golpe de la Policía contra miembros de la propia elite
gobernante puede ser una prueba del buen funcionamiento de un Estado en la
lucha contra la corrupción. Como mensaje claro de que todo ciudadano, por alta
e influyente que sea su posición o cargo, está sometido al dictado de la ley.
También puede ser un caso de lucha por el poder en la cúpula de un Estado. Se
vio hace poco en Corea del Norte.
En el caso que sacude estos días los cimientos del poder en
Turquía todo sucede a un tiempo. Una parte del aparato del Estado se ha
atrevido a atacar a la cúpula del poder político bajo el primer ministro Recep
Tayyip Erdogan. Las protestas en Estambul por la especulación urbanística hace
un año fue el primer movimiento contra un Erdogan que gobierna desde 2003 y ha
sido todopoderoso e incuestionable. Son ya muchos los turcos que creen llegado
el momento de frenar a un Erdogan erigido en caudillo de un país cada vez menos
libre. Erdogan ha llegado a creer, dicen, que como Kemal Ataturk, él seria
identificado con la patria y moriría en el poder. No será así. Quienes han
decidido pasar a la acción con la operación policial del día 17 de diciembre
que desencadenó toda la crisis sabían que declaraban la guerra a Erdogan y su
gente.
El ataque se ha realizado por un frente débil del AKP y muy
obvio desde hace años: la rampante corrupción del entorno del Gobierno. A los
hijos de los tres ministros que fueron los primeros en dimitir les
intervinieron en sus casas dinero en efectivo suficiente para empapelar muchas
de las urbanizaciones que promueven y construyen gracias al tráfico de
influencias, abuso de poder, cohecho y una decena de delitos más de los que
ahora deberán responder. El tercer ministro en dimitir en horas, el de
infraestructuras, pidió a Erdogan que hiciera lo mismo. Éste no le ha hecho
caso, obviamente. Pero sí ha tenido que sustituir a 10 de sus 25 ministros en
un desesperado intento de lavado de cara gubernamental que no parece haberle
funcionado.
Las manifestaciones continúan. Y la dimisión ayer de tres diputados
del AKP revela que también en su partido se le pierde el miedo al primer
ministro. Ya no son solo la juventud de Estambul y Ankara, las elites urbanas
laicas y los kemalistas de izquierdas o derechas los que ven en el AKP, pero
especialmente en Erdogan, la amenaza para la democracia, pero también para sus
esfuerzos de no perder sus vínculos europeos y occidentales.
El Ejército turco, otrora todopoderoso guardián de las
esencias laicas de Kemal Ataturk, está muy desactivado gracias a la persecución
de sus generales y oficiales acusados de golpismo por Erdogan. Pero existe. Y
también están los «gulenistas», seguidores de Fethula Gulen, un predicador en
el exilio, ex aliado del AKP. Son muchos los enemigos de Erdogan y algunos han
pasado a la ofensiva. Los síntomas de debilidad económica ayudan. Todo ello en
un momento en el que nadie quiere inestabilidad política en un aliado de la
OTAN, vecino de Iran y Siria. Pero los momentos de inestabilidad no se eligen.
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