The Unending Gift

martes, diciembre 24, 2013

HOMBRE DURO VENERADO

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 24.12.13

Con Helmut Schmidt llegó un hombre sobrio y seco, arrogante decían sus adversarios también en su partido. Pero fue providencial

NO gobernó tanto tiempo como Konrad Adenauer ni como Helmut Kohl. No inspiró a una generación ni a los poetas como Willy Brandt. Y hace tanto tiempo que gobernó que dos generaciones no lo recuerdan en activo. No tenía carisma, nunca quiso ser simpático ni en campaña electoral. Y, sin embargo, hoy es en toda encuesta el hombre más respetado y admirado de Alemania, por delante del Papa y de Ángela Merkel y de todas las instancias morales, intelectuales y políticas que queramos recitar. Es Helmut Schmidt. El hombre duro venerado. Excanciller desde hace la friolera de 32 años. Cumplió ayer 95 años. Con su presencia de ánimo, su lucidez cortante como un diamante, su abrumadora capacidad de análisis, su hiriente altivez hanseática y su eterno cigarrillo. Replicar a Schmidt era un serio problema cuando estaba en la política activa, porque era un interlocutor con todos los datos y alguno más en la cabeza. Replicarle hoy es algo que no se le ocurre a nadie. Por una «auctoritas» que cimenta hasta sus conocidas fobias y su no excesiva consideración por los políticos alemanes de la actualidad. Y es el único alemán que aun fuma allá donde quiere. Su trayectoria era antipática para el votante de la izquierda por socialdemócrata que fuera. Había sido ministro del Interior en el Senado de la ciudad hanseática Estado de Hamburgo, ministro de Defensa, ministro de Hacienda y Economía. No eran esas ni mucho menos las características ideales para sustituir a un Willy Brandt, carismático, sentimental, simpático arrollador, adulador y jovial, dicharachero, disfrutón y mujeriego. Brandt era ya leyenda cuando aun no había tenido que dimitir en 1974, arrollado por el escándalo del espionaje que estalló al saberse que la Stasi de la RDA, con su temido departamento de investigación exterior HVA, dirigido por Markus Wolf, había captado hacía muchos años a su secretario personal Günther Guillaume. Aquello había sido una cruel paradoja. Porque había sido Brandt quien inició la apertura hacia el este, la nueva «Ostpolitik». Pero Brandt había cambiado además el signo de la política alemana. Había llenado de alegría y nuevas iniciativas, muchos decían que de frivolidad, aquella cancillería, después de los años de rigor y pulcritud, pero ante todo de expansión económica con mucha cautela conservadora política bajo Konrad Adenauer y sucesores. Con Helmut Schmidt llegó un hombre sobrio y seco, arrogante decían sus adversarios también en su partido. Pero fue providencial. Y fue clave para la evolución de Alemania y Europa hacia la unidad y libertad.

Habría de dirigir la RFA con la misma energía que le hizo famoso en las terribles inundaciones del Mar del Norte que devastaron la región de Hamburgo. En los momentos clave, frente al terrorismo de la Baader Meinhof y frente a la Unión Soviética, Schmidt resistió y ganó. Nunca cedió ante la RAF aunque costara la vida al presidente de la patronal y a otros. Y acabó con el terrorismo. Profundo atlantista, con la doble decisión de la OTAN para el despliegue de euromisiles aguantó toda la presión de la URSS, del este, la izquierda de su partido y del pacifismo, ansioso por rendirse a la amenaza soviética. Fue su firmeza en Alemania la que quebró la URSS y a sus satélites en aquellos años. Cuando los liberales cambiaron la mayoría y tuvo que irse, el Pacto de Varsovia ya se resquebrajaba. Fue el Churchill de Alemania en un momento clave en que el enemigo interno y el externo querían quebrar la voluntad democrática y la vocación occidental. Por eso los alemanes, aunque muchos ya no sean conscientes, saben que le deben gratitud a Helmut Schmidt. Los demás europeos también se la deben.


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