EL TURISTA INFAME
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 14.01.14
Rodman se siente estrella en el centro del mundo, aunque
éste lo compongan 25 millones de coreanos del norte que viven en un régimen de
esclavitud
EL exjugador de la NBA Dennis Rodman es un exdeportista muy
gamberro, ya en la cincuentena, pero jocoso, provocador y nada convencional.
Como jubilado de oro que tiene que mantener vivo fuera de las canchas el circo
que le rodea, ha cogido la costumbre de visitar a uno de los peores dictadores
del mundo. Se desplaza a Pyongyang, capital de Corea del Norte, y pasa allí
unos días, en los que le ríe todas las gracias al siniestro jovencito Kim Jung
Un. Estos pasados días montó allí un partido de baloncesto con amigos para
dejar ganar a un equipo norcoreano con motivo del cumpleaños del sátrapa. Éste
presume de amigo americano. No recibe muchas visitas. No es que haga esfuerzos
por quitarle de la cabeza a su torturado pueblo la impresión de que viven en un
régimen apestado. Al contrario. Prefiere que sepan que están solos en el mundo
y que la vida de todos y cada uno de ellos solo depende de su capricho. Se lo
recordó ejecutando a su tío poco antes de Navidad. A Rodman no le da vergüenza
todo aquello. Él sabe que tiene asegurado su hueco en prensa y televisión,
también en EE.UU y Europa. Nadie sabe lo que cobra Rodman. Hay quienes sugieren
que lo hace gratis. Para sentirse allí en pleno estrellato, más que nunca, más
que en sus mejores tiempos en los Red Bulls o su noviazgo con Madonna.
Rodman se siente estrella en el centro del mundo, aunque
éste lo compongan 25 millones de coreanos del norte que viven en un régimen de
esclavitud, hambre y terror como en muy pocas mazmorras en este mundo. Rodman
se divierte bajo la mirada de seres que entierran niños, comen ratas y raíces y
tiemblan ante la amenaza de ser castigados por no aplaudir lo suficiente al
líder. Todo, absolutamente todo es mentira en aquel régimen comunista llevado
al paroxismo. Todo menos el dolor y el terror. Y menos la alegría del
desenfadado tirano y su invitado yanqui Dennis Rodman. Ellos disfrutan de la
opulencia y de la dominación. Del poder total. Es el gozo depravado de sentirlo
todo a su merced.
Hace 30 años un comunista en Praga, invitado a un Congreso
del PCCH, me confesaba su emoción de recorrer aquellas calles en coche oficial
con sirena, sin parar en semáforos, con prioridad total, «como si mandáramos».
Aquella era la inocente lujuria del abuso de poder en el tráfico. También
recuerdo después de la caída de Ceaucescu, cuántos equipos de agentes
extranjeros me topé en Bucarest que negociaban la compra de cintas a miembros
de la Securitate que habían saqueado el archivo. Vendían al mejor postor las
escenas comprometidas de políticos y poderosos grabadas por el régimen durante
aquellas visitas en las que les permitía sentir ese poder total que en sus
países jamás podrían disfrutar. La plena sumisión de hombres, mujeres y niños.
No era Rumanía el único régimen comunista con ese hábito fílmico. Cuántos
defensores de Cuba en Occidente, cuánto artistilla de medio pelo pasa allí
temporadas para gozar del poder del privilegiado de los miembros del régimen. Y
disfrutar de la sumisión de una población postrada y extenuada. De tratar allí
a seres humanos como nunca podrían tratar a nadie en sus lugares de origen. Es
peor aún que el despreciable turismo meramente sexual. Es la miseria de los
individuos de sociedades libres que acuden a otras esclavizadas para gozar del
abuso de su poder circunstancial, no ya como «el turista del ideal», ese idiota
que tan bien describió en su novela Ignacio Vidal Folch, sino el auténtico
turista de la infamia, del poder corrupto y del abismo moral.
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