JÜNGER EN EL VITOSHA
Por HERMANN TERTSCHEl País, Martes, 16.01.07
El Vitosha es una gran montaña que domina Sofía y por cuyas
estribaciones orientales sale en invierno un sol que, aun muy bajo, crea unos
juegos de reflejo con la nieve que vistos desde la llanura occidental de la
capital, se antojan pura magia. La primera vez que presencié este inolvidable
amanecer en aquella amplia campiña búlgara bajo la sierra intentaba yo
sintonizar la BBC en onda corta y sólo captaba algunas emisoras rusas y árabes
y las combinaciones de números que las emisoras de los servicios secretos del
este y oeste se lanzaban por las ondas en inglés, alemán y ruso, para coordinar
las directivas a los agentes y las informaciones secretas a sus legaciones y
embajadas. Eran letanías con ritmo de tales: dva, chetri, piat, dva, yeden;
two, two, seven, five, two, zero, four, two; zwei, acht, sechs, sieben, zwei,
neun, null, acht, neun, sechs, vier. Sonaban
como oraciones lanzadas por unos seres a otros, escondidos y solitarios como
uno mismo, que esperaban indicaciones, órdenes, sentido a su existencia allá
donde estuvieran. Parecían órdenes del más allá para gentes superiores que
disponían de claves inaccesibles para los mortales. He escuchado durante horas,
antes y -menos- después de la caída del telón de acero, estos canturreos de
claves, en Sofía, en Riga, en Estambul, Berlín, Sibiu, Plovdiv, Cracovia,
Burgas o Moscú. Aunque muy pronto supe que quienes emitían y recibían estas
órdenes en clave eran unos pobres diablos que cumplían las más tristes y prosaicas
de las tareas posibles, nunca han dejado de encandilarme los ritmos y
sonsonetes cuasi religiosos que la guerra fría convirtió en rutina en las
ondas.
Aquella percepción de los
servicios secretos del Este de Europa -desde una posición de práctica impunidad
del profesional occidental y por tanto exentas del pánico ante la prisión,
tortura y muerte que sin duda generaban en millones de habitantes de los pueblos
visitados por el terror del nazismo y el comunismo-, siempre ha sido muy
literaria, por frívola que parezca la aseveración. Interés tiene todo aquello
que incita curiosidad e inteligencia aunque amenace con demonios. Es magnífico
el paralelismo que hace entre Jünger y Goethe el escritor y diplomático Manfred
Osten, en una joyita que ha editado en España un antiguo embajador de Alemania
en Madrid, Henning Wegener, en la editorial Complutense con el título de Ernst Jünger y los pronósticos
del Tercer Milenio (léanlo, es
una joya, insisto). Si Jünger evoca a "los bichos, las masas de ratas y
ratones que se presienten ocultos bajo el suelo y las bóvedas de los
sótanos", Goethe habla de que "nuestros mundos moral y político están
minados por pasadizos subterráneos, sótanos y cloacas...". Y lanza un
terrible mensaje: "Sólo aquel que posea cierta noticia de ello comprenderá
que el suelo se hunda aquí o que de allá surja humo de improviso".
Las cloacas existen y siempre
existieron bajo la bella montaña del Vitosha, como en los calabozos de Moabit o
la Lubianka y en todas las sentinas en las que hoy se lucha por información e
intoxicación, sea constructiva o destructiva, en las ondas hertzianas y aquí
detrás de la casa de todos y cada uno de los lectores y junto a todos los
obispos polacos, cancilleres alemanes y ministros consejeros de la más humilde
embajada. Todo para destruir a individuos y reconfortar y organizar a sicarios.
Allí, se impone, ya otra vez en términos de Jünger pero también de Goethe, el
espíritu de los tiempos o la oportunidad -o la moda- que es el Zeitgeist frente
al espíritu de los principios inquebrantables de la dignidad de la persona y la
honestidad intelectual y espiritual, de la trascendencia, que es lo que algunos
hemos entendido como elWeltgeist. Al Zeitgeist y
al relativismo de la palabra y de la idea lo acompaña esa implacable idea del
desprecio por la paciencia y lo acaecido. Goethe hace que Mefistófeles maldiga
a la paciencia. Mefisto no es otro que Napoleón y Hitler y Stalin y todos
aquellos que creen poder imponer soluciones de felicidad a su especie. Y para
ello necesitan tener soldados que les naden por las cloacas de Jünger. Por eso
hoy volvemos a tener muy en vanguardia de la defensa de los Estados a quienes
defienden el Zeitgeist desde el
lodo.
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