IMPUNIDAD CONTRA ESPAÑA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 07.01.14
Para recuperar su fuerza y su prestigio, su propia
viabilidad, España ha de acabar con la impunidad
SUPONGO que es difícil establecer retrospectivamente el
momento en el que una comunidad humana, una sociedad, una nación, deja de
respetarse a sí misma. Supongo que llega cuando, tras largo tiempo de
acumulación sin consecuencias perceptibles, dicha comunidad alcanza una «masa
crítica» de negligencias en funcionamiento y conductas, de desprecio a las
formas, de errores reiterados, de ausencia de responsabilidades, de desidia, de
falta de interés y emoción común y sí, también, una reiterada falta de aprecio entre
gobernantes y gobernados. Será ese momento en el que no hay respeto común y
mutuo entre sus miembros, por decepción y frustración, pero ante todo por
cansancio, agotamiento, y una rendición general de los viejos estandartes de
valores, dignidad, honor y amor propio, en el lodo de las gratificaciones
inmediatas y egoístas, de la corrupción, la pura negación del respeto. Supongo
que cuando esto llega a suceder, algunos lo notan antes o mejor. Perciben que
para la mayoría ha dejado de haber nada sagrado. Que no hay nada inviolable e
intocable. Todo puede profanarse. Nada merece castigo y nada merece sacrificio.
Todo es tolerable en aras de evitar el sobresalto. En aras de una calma de la
indolencia, de esa pretendida neutralización definitiva del conflicto entre lo
verdadero y lo falso, en la armonía mentirosa y enferma de la relativización.
Los enemigos aceptan gustosos estos regalos. El más insignificante se puede erigir en fuerza desafiante y desplegar una disparatada osadía. Lo estamos
viendo. Las ridículas mentiras de un pasado inventado se convierten en banderas
y arengas que generaciones intoxicadas adoran y enarbolan con fanatismo. En la
peor confirmación de aquello de Chesterton de que cuando dejas de creer en Dios
acabas creyendo en cualquier cosa. Sediciosos y criminales triunfan sin temor,
los asesinos dan consejos morales y los ladrones se ufanan por aleccionar en la
vida proba. Y la arrogancia del poder pierde todo sentido de la mesura y
empatía y pretende mantener la ficción de la armonía en condiciones que para la
población cada vez resultan más insoportables. Hasta generar una situación en
la que la humillación se instala en el acontecer político diario, en la vida
cotidiana.
Sabemos en qué momento decidieron los alemanes enterrar a la
República de Weimar. Sabemos del poco afecto de los franceses a su propia
república en 1940. En otros Estados también cayeron las democracias como
castillos de naipes. Muchos regímenes fueron sustituidos por otros peores.
Porque tuvieron la fatalidad de carecer en los momentos decisivos del liderazgo
necesario para ese golpe liberador necesario para recuperar el respeto a sí
mismos. A su historia, a sus logros, a su honor, integridad y legitimidad. Ese
golpe liberador de una democracia está en la restitución de sus leyes y de la
voluntad y decisión de sus gobernantes de aplicarlas, pese a quien pese. El
restablecimiento del respeto al Estado y la nación pasa por la defensa de la
Constitución y las leyes. Que son permanentemente violadas por quienes
convierten en un banquete de beneficios particulares y egoístas la situación de
debilidad, pasividad y miedo al conflicto de los gobernantes. Para recuperar su
fuerza y su prestigio, su propia viabilidad, España ha de acabar con la
impunidad. Si no, ella acabará con España. La impunidad con que violan las
leyes supremas los políticos separatistas, con que organizan el programa de
sedición, con que legitiman sus crímenes y la humillación de las víctimas, es
incompatible con la democracia española. Sin un Gobierno de España decidido a
imponer la ley, vamos a perder el último respeto a nosotros mismos. Vamos a
perder la batalla frente a los peores. Y entonces sí nos convertiríamos en un
Estado fracasado.
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