CISLEITHANIA Y TRANSLEITHANIA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 25.02.14
Aquello que debía ser la solución al insaciable nacionalismo
húngaro, fue la simiente de los odios y agravios que acabaron enterrando al
Imperio
EL 28 de junio, día de San Vito, patrón de los serbios, se
cumple desde 1389 el aniversario de la batalla de Kosovo Polje, en la que los
ejércitos otomanos destruyeron el reino serbio del Zar Lazar. Es un día clave
en la mitología serbia y eslava en general. Aquel día, hace ahora un siglo, en
1914, el archiduque Francisco Ferdinando, heredero del anciano emperador Francisco
José I, fue asesinado en Sarajevo por un nacionalista serbio, Gavrilo Princip.
Fue el detonante de una guerra que devoró a muchos millones de jóvenes,
dinamitó estados, culturas y el orden tradicional en toda Europa, y cambió el
mundo para siempre. El joven serbio actuó por odio a Viena, movido por el
nacionalismo serbio, contra el emperador germano y católico. Pero sobre todo
fanatizado en el espíritu del paneslavismo, que había adquirido gran fuerza
entre los jóvenes eslavos en la segunda mitad del siglo XIX en Europa central y
los Balcanes. Este odio a Viena no se debía al trato recibido desde la capital
del Imperio. Se debía a la opresión húngara. Y al agravio que había supuesto el
privilegio otorgado por Viena a Budapest. Ni checos, ni croatas, eslovenos,
eslovacos, serbios, rutenos o polacos perdonaron jamás que el Imperio otorgara
a Hungría un estatus de plena soberanía interior. Hungría había conseguido ese
poder en 1867 cuando se firmó el célebre «Ausgleich» (Igualamiento) que
convirtió el Imperio en tan bicéfalo como el águila negra de los Habsburgo. El
irredentismo húngaro no había dejado de sabotear al Imperio desde la revolución
de 1848. Bajo presión de los nobles húngaros y de sus círculos en Viena, se
convenció al Gobierno del emperador de que la división del Imperio en dos
grandes partes autónomas sería la solución a los permanentes problemas. Serían
Cisleithania, gobernada desde Viena y allende el río Leitha, la Transleithania
gobernada por Budapest. Aquello que debía ser la solución al insaciable
nacionalismo húngaro, fue la simiente de los odios y agravios que acabaron
enterrando al Imperio.
El «Ausgleich» se había decidido con Viena muy debilitada,
aun trastornada por la derrota de Austria ante Prusia en Königgrätz. Allí
perdió Silesia. Y con aquellas viejas tierras del imperio también perdió el
pulso por la supremacía en el espacio alemán europeo. Prusia caminó hacia el
fortalecimiento de la unidad alemana bajo Bismarck, que se lograba en 1871.
Austria, por el contrario, buscaba la estabilidad en la división política y
administrativa en la citada bicefalia bajo la unión personal del emperador de
Austria y Rey de Hungría. Fue una catástrofe. Budapest utilizó desde el primer
momento su total autonomía para anular las leyes y costumbres tolerantes de
Viena e imponer implacables dictados del nacionalismo magyar sobre todos los
demás pueblos. Colapsaba la igualdad de derechos de todos los pueblos en el
imperio que había sido sido el orgullo de los Habsburgo durante siglos. En los
pueblos eslavos cuajó la convicción de que los privilegios húngaros se debían a
su falta de escrúpulos en el chantaje a Viena. Pronto era el emperador el
acusado de indolencia ante los sufrimientos bajo la arrogante autoridad
nacionalista magyar. Y el agravio no dejó de crecer. Los intentos de la Corona
en Viena por evitar los efectos perversos de aquella estructura asimétrica
aceptada en 1867 fracasaron. El emperador pasó a tratar igual a quienes
cumplían las leyes que a quienes la violaban, a leales y desleales. Todos
pasaron así a emular a los más desleales. Y las instituciones comunes, el
emperador a su cabeza, se convirtieron en símbolos de injusticia. La debilidad
llevó al abuso y éste al odio. La patria de todos dejó de serlo. Y al final no
hubo quien la defendiera.
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