VINTAGE DE ZARES Y SULTANES
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 01.04.14
Zar Putin y Sultán Erdogan, el vintage para el siglo XXI de
despotismos orientales con elecciones
APENAS había dado las gracias al electorado, que tan grande
como inesperado regalo le hizo este domingo, cuando ya amenazaba a sus enemigos
con la venganza: «Esto lo van a pagar». El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan ha dejado muy claro que sus enemigos tienen motivos para preocuparse. Y
lo son todos los turcos que en estos últimos tiempos le han hecho frente, en la
calle, los despachos y los tribunales. Erdogan está disfrutando mucho desde el
domingo con la inesperada contundencia de su triunfo en las elecciones
municipales. Tanto al menos como con las grandes victorias que lo convirtieron
en líder indiscutido de la Turquía del siglo XXI. Con tanto poder como solo
había tenido, allá a principios del XX, el fundador de la Turquía republicana y
moderna, Mustafa Kemal «Atatürk». Erdogan llegó a la cumbre hace más de una
década. Y lo hacía con una agenda más que ambiciosa, de inmensas dimensiones
históricas. Quería, con el ingreso en la UE, catapultar a Turquía como una
potencia europea. Como ya lo fue hasta entrado el siglo XVIII. Quería hacer de
ella además la potencia transregional, puente entre Occidente y toda el Asia
central exsoviética. Y soñaba con convertir Turquía en la gran promotora de la
integración del islam en el mundo desarrollado y adoptar un liderazgo en
Oriente Medio frente a las teocracias chiita en Irán y sunita en Arabia Saudí.
Erdogan no ha conseguido ninguno de sus objetivos. La entrada en la UE está más
lejos que nunca, Asia central está más cerca de nuevo de Moscú que de Ankara o
Estambul y los árabes se resisten a que los antiguos amos otomanos vuelvan a
tratarles con paternalismo. Lo que sí ha logrado Erdogan es la reislamización
de Turquía y la neutralización o el aplastamiento de resistencias, democráticas
o no, en ejército, negocios, jueces, prensa e intelectuales. Hasta el domingo
le quedaba un peligroso enemigo, su antiguo aliado que es la secta de Fethullah
Gülen. Este líder religioso vive en EE.UU. en el exilio desde que estalló la
rivalidad. A sus gentes, muy presentes en la Administración, se atribuyen las
filtraciones que han revelado tanto la masiva corrupción de Erdogan, su familia
y entorno como la falta de escrúpulos en general del AKP al gobernar. La última
filtración revelaba planes para simular un ataque desde Siria como pretexto
para entrar en guerra. El «Hodjaefendi», el «gran maestro» Gülen, vive en una
austeridad monacal que contrasta terriblemente con la ostentación y el corrupto
despilfarro del entorno, familia y del propio primer ministro. Ahora, la caza de
brujas contra el «gülenismo» puede empezar. Erdogan es un declarado admirador
de Vladímir Putin. Como dice el periodista Erturul Özkök, «a Erdogan le encanta
hacer el Putin». Hacia dentro y hacia fuera. Cierra Twitter o Youtube y algún
canal de televisión que le irrita, con esa nada disimulada prepotencia con que
Putin acabó con todos los medios algo críticos. Como Putin, ha decidido cubrir
sus vergüenzas autoritarias con una retórica ultranacionalista y victimista.
Ambos han declarado la guerra a la sociedad abierta. La retan en Occidente. Y
en sus propios países aplastan a sus partidarios. Ambos cortaron toda luz
autocrítica sobre el pasado que se habían iniciado hará veinte años en Rusia y
Turquía. Ahora todos los crímenes propios son ocultados, excusados o exaltados
como gestas en la nueva historiografía. Ambos se han erigido, con muy poco
pudor y todo tipo de símbolos, en los herederos históricos de los monarcas que
encarnaron a los desaparecidos imperios. Zar Putin y Sultán Erdogan, el vintage
para el siglo XXI de despotismos orientales con elecciones.
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