VERDADES TORCIDAS
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 11.03.14
Es fácil ver que el décimo aniversario sí va a servir, como
no lo hicieron los anteriores, para que una serie de irredentos se avengan a
razones
ES tremenda la sagrada ira que despierta entre los
guardianes de la corrección política en España, aún hoy, diez años después,
cualquier duda, salvedad o reserva que se pueda hacer a la verdad oficial del
11-M. No se entiende ese encono hacia unas dudas que son ya poco más que
opiniones particulares de españoles que no se creen que algo tan grande lo
hicieran esos tan pequeños. La mayoría de los españoles ya está a otra cosa.
Duros están los tiempos como para luchar contra molinos. Y no es más que un
absurdo molino el intentar enfrentarse a una versión oficial a la que sus
defensores no dejan de añadir defensas, argumentos y apoyos, como si ellos
mismos tuvieran aún problemas de verla todo lo inatacable e incuestionable que
pretenden. Se escribe estos días más contra la denostada «mentira de la
conspiración» que sobre la verdad del 11-M. Quizás porque la primera es fácil
de caricaturizar. Y porque la segunda es un material muy frágil, hasta para
quienes se han erigido en sus celosos cancerberos. ¡Cuánto derroche de medios
para convencernos de algo que, según dicen, no admite duda sensata! Pero sobre
todo, cuánta violencia en el citado hostigamiento a quienes no tienen ninguna
teoría y ya solo han mantenido una muy sobria y resignada duda. ¿Por qué se
ridiculiza y difama como «conspiranoicos» a quienes mantienen ese escepticismo
que por lo demás tanto se elogia como sano en los ciudadanos ante las versiones
oficiales de casi todo? ¿Por qué tanta caricatura sobre ETA y los etarras si
nadie habla ya de etarras? Cuando se hablaba de etarras, hablaron todos. Porque
la hipótesis después tan maldita de la autoría de ETA fue asumida por todos sin
excepción como perfectamente plausible. Y quien no lo crea o recuerde que
revise las portadas. Parece que hay que tachar de locos o ridículos a quienes
no aplauden sin fisuras la verdad oficial. Quienes así empiezan suelen acabar
abogando por psiquiatrizar a Sajarov o a Sharanski.
Es fácil ver que el décimo aniversario sí va a servir, como
no lo hicieron los anteriores, para que una serie de irredentos, que aún
proclamaba sus dudas, se avenga a razones. Es decir, a callarlas u olvidarlas,
que lo mismo da. Alguno hasta con un bonito mea culpa, como Bujarin y Galileo.
Parece decidido que todos viviremos mejor si dejan de formularse, de una vez
por todas, unas dudas que de nada y a nadie sirven. Ni siquiera a otra verdad
superior si la hubiera. Porque es inalcanzable. Que en cincuenta años se
desclasifiquen en algún país unos documentos que nos podían quizás haber
iluminado algo, no sirve a nadie vivo ni muerto. Por lo que sí cabe preocuparse
es por esa violencia inquisitorial contra toda duda que impuso Zapatero y hoy
sigue vigente. Entonces había que pasar página de aquellos días negros. Porque
al margen de teorías y autorías, allí la izquierda española mostró su auténtica
catadura. Utilizó las cloacas del Estado y la turba en contra del Gobierno. Y
reveló lo que después fue «leitmotiv» en el septenio negro zapaterista: la
deslealtad absoluta hacia un Estado de Derecho, tan cuestionado y cuestionable
como la propia verdad, la patria y la nación.
Tienen razón todos en congelar, enterrar u olvidar sus
dudas. Es más cómodo y razonable. Porque hace tiempo que el Gobierno de Rajoy
se sumó a la verdad oficial de Zapatero. También en esto. Navega hoy, si no en
el mismo bote, en uno muy parecido. Triste es que hayan olvidado lo mal que
remó el otro, lo mal que se rema, con verdades torcidas.
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