LENGUA Y APARIENCIA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 25.07.14
¿Por qué hay tanta gente en Cataluña en estos momentos que
te habla ex profeso para que no le entiendas?
ME sucede continuamente en las redes sociales que se dirigen
a mí en catalán. Lamento no hablarla porque toda lengua suma riqueza. Vengo de
un entorno y una tradición políglota, especialmente por mi parte centroeuropea,
en la que dominar cinco o seis lenguas y defenderse en otras tres o cuatro no
era algo extraordinario. Lo dicho, al no ser catalán una de las lenguas que
hablo se lo hago saber al interlocutor. Y no se lo hago saber en alemán o
inglés, ni en esperanto, serbocroata o yiddish. Sino en la lengua común que
hablamos los dos. Que es el castellano o español, que debemos dominar por ley
todos los españoles y hablan otros 450 millones de seres humanos. En la mayoría
de los casos en que obtengo respuesta, me llega, créanselo, otra vez en
catalán. Ahí suelo cortar el diálogo. Pero no siempre. Con algunos he intentado
prolongar mi argumentación en favor de la lengua común. Y ellos han respondido
en catalán. Llegado aquí, querrán algunos que exprese ese sinsentido de que «no
tengo nada contra el catalán». ¿Qué puedo tener yo contra una lengua? Contra
una lengua muy cercana al castellano y que, escrita o hablada en según qué
partes de Cataluña, entiendo razonablemente bien. No hay desafecto posible ni
por lejana ni por remota. No lo hay contra ninguna otra. Ni contra el chino ni
el swahili ni ninguna de las ochenta lenguas y sus mil dialectos que supongo
habrá en el estado indio de Uttar Pradesh. ¡Qué menuda autonomía, con sus 200
millones, y no quieren independencia! Por la misma razón que no tengo nada contra
ningún país ni contra ninguna raza o paisanaje. Es una ofensa atribuir a
alguien tales fobias primitivas. Por mucho que las tribus las cultiven.
En ningún rincón del mundo salvo trastornos muy puntuales
de conducta se encuentran personas que, pudiendo entablar comunicación y
entenderse en una lengua común con un extraño, recurran para hablar con éste a
otra en la que no hay entendimiento posible. Más allá del odio que siembra a
diario el nacionalismo,
más allá de las cansinas y grotescas letanías del victimismo
¿por qué hay tanta gente en Cataluña en estos momentos que te habla ex profeso
para que no le entiendas? Cabe sospechar que no quieren salirse de su muy
frágil guión. Que muchos de ellos pretenden muy firme y radical sobre muy
frágiles fundamentos. Toda una metáfora de la negación de la realidad que el
nacionalismo promulga. Y que impone a todo el que quiera seguir haciendo una
vida razonablemente normal. Han logrado, con toda la colaboración de la desidia
y ceguera del poder central de 35 años, crear en estos años últimos un estado
permanente de emergencia identitaria, en el que la adhesión individual al
proceso sedicioso es requisito imprescindible para recibir el trato de
ciudadano de pleno derecho.
El activismo contra las leyes y la Constitución se prima,
promueve, aplaude, financia y recompensa desde las instituciones públicas.
Mientras la lealtad a las leyes y al marco constitucional en cuanto se
manifiesta, se persigue, ridiculizado, vilipendiado y sometido a represalias y
al desprestigio social hasta la muerte civil. Si la catástrofe no se consuma y
el espíritu de la ciudadanía, de la libertad y la igualdad, del respeto a las
leyes se impone, se verá que han sido muy pocos los ultras del separatismo que
han marcado tono, cadencia y volumen. Los que reaccionan con ira ante un
manifiesto como el de Libres e Iguales, que apela tan solo a la serenidad, a la
verdad y a la ley. Se verá, como tras tanto régimen finiquitado, casi nadie era
de verdad lo que pretendía. Que querían hablar las dos lenguas. Y, por fin una
verdad, que les habían prohibido entenderse. Es la necesidad de la apariencia.
Es el poder de la mentira.
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